Alexandre Villaplane: el capitán traidor

Conoce la historia de Alexandre Villaplane, el capitán de la selección francesa de 1930 que murió fusilado acusado de alta traición.

Jorge Cuba Luque
Francia - 5 octubre 2020

Eran las tres de la tarde del 13 de julio de 1930 en el modesto estadio del barrio de Pocitos, en Montevideo. Unos seis mil aficionados se habían dado cita allí a pesar del frío inverno austral para presenciar el primer partido del primer Mundial de fútbol organizado por la FIFA entre las selecciones de Francia y de México. La inauguración oficial se realizaría unos días después en el estadio Centenario, al que le faltaban los últimos toques de albañilería para darlo por finiquitado.

Tras una somera presentación de los equipos, los futbolistas se colocaron rápidamente ante los pocos reporteros gráficos que cubrían el evento. Alexandre Villaplane, capitán del combinado francés, posa de pie para la posteridad con el balón bajo un brazo, junto a los defensas y el arquero, detrás de los delanteros en cuclillas. Aquella tarde en la capital de Uruguay tal vez le vendría fugazmente a la mente, mucho tiempo después, la mañana del 26 de diciembre de 1944 cuando, condenado a muerte por alta traición, asesinato múltiple y pillaje, se vio en el patíbulo de un cuartel de gendarmería en las afueras de París frente a un pelotón de fusilamiento. Era también invierno.

Mediocampista hábil , eficiente y algo recio, desde sus inicios en las divisiones inferiores del FC Sète, Alexandre Villaplane llamó la atención y se hizo notar por su capacidad para definir jugadas, por su evidente voluntad de hacerse un nombre, de un lugar en el fútbol, de hacer dinero. No le fue difícil ser admitido en el equipo de adultos y participar en el campeonato de la primera división del balompié galo; tras algunos altibajos superados con tesón no solo se hizo titular de su equipo, sino que adquirió rango de líder, de guapo, de aquellos que disputan el balón con las tripas y, sin buscar lucirse, lo pasan al compañero mejor ubicado. Le admiraban su sentido de juego de conjunto, su entrega, aunque en el trato personal fuera un poco hosco. En 1926 viste por vez primera la casaquilla azul de la selección de Francia; dos años después, en los Juegos Olímpicos de Amsterdam, llevaba ya el brazalete de capitán, el mismo que llevaría en Montevideo.

Alexandre Villaplane.

Alexandre Villaplane sabía que era duro salir adelante en el fútbol porque sabía que era duro salir adelante en la vida. Lo supo desde siempre: a comienzos del siglo veinte sus padres, por cuestiones de trabajo, tuvieron que dejar el Hexágono e instalarse en Algeria, por entonces colonia francesa, donde nació en 1905. Con los suyos vivió como pieds-noir en tierras argelinas hasta 1919 cuando la familia Villaplane se instaló en Sète, en el Mediodía francés. Como la mayor parte de franceses nacidos o que han vivido algún tiempo en Argelia, a su regreso a Francia los Villaplane eran unos desclasados: ni pobres ni ricos, sin raíces verdaderas a pesar de ser franceses hasta los tuétanos.

El joven Alexandre comprendió que era en la calle donde tendría que forjarse su futuro y fue, en efecto, en la calle, entre los chicos malos de Montpellier, donde tuvo sus primeros roces con el lado oscuro de la sociedad. La calle fue el escenario que le hace encontrar el fútbol siendo un chiquillo al empezar a pelotear en los jardines públicos con los muchachos del lugar, lo que le anima a intentar ganar un puesto en el FC Sète, club que lo acepta y en el que se quedará varios años. En poco tiempo se afirmará como crack para ser luego fichado en 1927 por el Sporting Club Nîmois, de Nimes; en 1929 pasa al Racing Club de France, de París, y allí permanecerá dos años. Entre tanto, viaja a Montevideo como capitán de la selección francesa en el Mundial de Uruguay.

La selección de Francia se desplazó a Montevideo a bordo del SS Conte Verde, transatlántico de pabellón italiano que llevaba además a las otras selecciones europeas que debían participar en el Mundial: Bélgica, Rumania y Yugoslavia. Aunque no pasó de la primera fase, Francia tuvo no solo una actuación decorosa, sino que además fue un francés el futbolista que anotó el primer gol de la historia de los Mundiales, Luicien Laurent, en el partido en que los Bleus se impusieron por 4-1 a México. Y fue también un francés el más deslumbrante de los arqueros, Alex Thépot.

Alexandre Villaplane, consecuente consigo mismo, tuvo una actuación destacada, de entrega a su equipo, como lo demostró en los vibrantes partidos en los que Francia cayó por la mínima diferencia ante Argentina, en el estadio Parque Central, y ante Chile en el ya inaugurado estadio Centenario. Fue en este flamante e imponente estadio donde se había llevado a cabo, el 18 de junio, la ceremonia de apertura, seguida del partido Uruguay-Perú en el que los dueños de casa se impusieron por 1-0.

Alexandre Villaplane, rodeado con un círculo, en un partido con la Selección francesa.

Tras el Mundial, Villaplane vuelve al Racing Club de France, pero un par de temporadas después firma un contrato con el Olympic d’Antibes, club de la Costa Azul. Poco a poco el otrora joven empeñoso entregado al fútbol con pasión, parecía hastiarse: Alexandre Villaplane dejó de ser asiduo en los entrenamientos y empezó a llevarse mal con sus compañeros de equipo; en las canchas sentía el paso de los años, su dribbling no era ya el mismo. Pasó de un equipo a otro, dejando en cada uno de ellos un mal recuerdo, una imagen de antipático y de individuo al que era mejor evitar, que parecía haberle agarrado gusto al dinero fácil. Llegó a verse enredado en líos con la justicia por amañar los partidos en los que jugaba, lo que le costó una temporada tras las rejas; se volvió un habitué de los hipódromos, de los bares de mal vivir frecuentado por los bajos fondos del París de los convulsos años 1930. Se volvió conocido entre la gente del hampa.

Esos años estuvieron marcados en Francia por la tensión de la confrontación ideológica y las reivindicaciones sociales; la delincuencia sentó sus reales en ciudades como Marsella y París. Alexandre Villaplane se movía como pez en el agua entre cafichos, policías corruptos, ladronzuelos de toda laya. Nadie notó su ausencia en la selección que acudió al Mundial de Italia en 1934, y menos aún en 1938, durante el Mundial que se desarrolló en Francia.

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