Arshavin y sus tres ratos

Arshavin siempre ha sido un futbolista de detalles, de partidos grandes. Capaz de ganar gracias a su gran talento y después desaparecer para los próximos

Redacción ONCE
Lima - 8 junio 2021

Mejillas coloradas, aspecto de joven imberbe y la típica sonrisa de quien sabe que es bueno. Andrey Arshavin no para de sonreír. Cómo va a dejar de hacerlo, tiene un balón y la peor de sus intenciones para sus rivales. Esa cara, ese gesto, del típico niño travieso momentos antes de gastar una broma. Arshavin no se tomaba muy en serio el fútbol. Pero hacía bien, tan solo quería salir y divertirse. No le pidan la mayor implicación defensiva, pídanle que se divierta con el balón.  Habría escrito de mi puño y letra una canción sobre Arshavin, como tantas otras que tienen los genios como él. Qué demonios, la habría escrito en cirílico. Unos renglones dedicados a la fina línea que separa la desesperación del entusiasmo. Esa franja que uno nunca sabe dónde situar a un futbolista así. “Te odio. Pero qué bueno eres, cabrón”. Un caño, un regate o un cambio de juego ya pesaban más que diez pérdidas de balón. En mi mente justificaba su anarquía. Pensaba: “No ha ayudado en defensa, pero qué regate acaba de hacer”. Y ya está, esa gota de talento suplía otro tipo de carencias. Tan solo se las pasaba a él, hoy soy muy crítico con futbolistas así. Pero claro, ninguno de ellos me regalaron una UEFA con el Zenit, una Eurocopa brillante o cuatro goles en Anfield.

El futbolista de San Petersburgo ha vivido numerosos éxitos con el club de su ciudad natal. En su palmarés podemos destacar tres Premier League rusas, una Supercopa de Europa y una Copa de la UEFA. Es aquí, en el Zenit, donde cosechó sus mejores actuaciones. Junto a su compatriota Pavel Pogrebnyak fue el gran artífice de los dos títulos continentales. Pero no estaban solos, les acompañaban jugadores como Danny, Tymoshchuk, Denisov o Shirokov. Un equipazo, vaya. Muchos recordaréis esa UEFA, de la temporada 2007/2008, como aquella en la que el Getafe casi se mete en semifinales. Pero a mí me viene a la mente el 4-0 que le endosó el Zenit al Bayern de Múnich. En el partido de ida, en tierra alemana, quedaron 1-1 pero fue en el segundo encuentro donde los rusos volaron. Pogrebnyak, máximo goleador del torneo, se perdió la final ante el Glasgow Rangers debido a acumulación de tarjetas. Pero daba igual, aquella noche Arshavin se puso la capa de superhéroe. El número diez no anotó ningún gol, pero obra suya fue la asistencia a Denisov que dinamitó la final. Una asistencia magistral, un pase al hueco medido. El cielo de Mánchester coronó a Arshavin como el MVP de la final. Estos partidos grandes eran suyos, dos destellos eran suficientes.

Meses después el interior ruso logró su segundo título europeo. Se veían las caras en Mónaco los vigentes campeones de Champions y UEFA. El claro favorito era un Manchester United lleno de estrellas: Vidic, Scholes, Nani, Rooney, Tévez, etc. Cristiano Ronaldo no pudo disputar la final, y quizá sus compañeros lo echaron de menos. De todas formas, el Zenit también fue superior en este encuentro. Arshavin no fue titular, salió tras el descanso. Para entonces ya iban 0-1 arriba en el marcador, gracias a un cabezazo de Pogrebnyak. Danny fue el mejor jugador del partido, pero el bueno de Andrey volvió loca a una defensa experimentada. Tras mucho tiempo volvía a reinar en Europa un club del este. Pocos meses después saldría rumbo al Arsenal, aquel año 2008 fue el de la consagración de un futbolista extraordinario.

Arshavin, el polémico jugador ruso.

Europa a sus pies

Tan solo había pasado un mes de la final ante el Rangers, y Arshavin ahora encabezaba una notable generación de futbolistas rusos en la Eurocopa. El bloque de aquel Zenit campeón fue clave para que llegaran hasta las semifinales. Dejémonos de prolegómenos, y vayamos a lo ocurrido en Basilea ante Holanda. Recuerdo pocas exhibiciones individuales mejores que aquella. No sé cuántas faltas a favor provocó esa noche, pero sé que John Heitinga todavía tiene pesadillas. Todo el rato la misma jugada: conducción hacia la banda izquierda, recorte y tiro o asistencia. Con Arshavin podías deducir lo que podía hacer, pero te lo hacía. Era un auténtico trilero. Conforme el partido iba transcurriendo, las mejillas del diez se fueron poniendo de un color más intenso. Indicativo de que venían curvas. De sus botas nació la jugada del 0-1. Aguantó el balón, vio la llegada de su mejor aliado (Zhirkov), centró el lateral y apareció el gol de Pavlyuchenko. Rusia llegó a la prórroga de aquel partido, básicamente, porque los compañeros no supieron aprovechar las ocasiones creadas por Arshavin. Es aquí, en los últimos minutos de partido, donde brilló aún más. En una de sus muchas cabalgadas por banda encaró al defensa, le miró a los ojos y se fue de él. Centró el balón casi sin ángulo, sirviéndoselo en bandeja a Torbinski. Pero habría un truco final, el mago no se iba a ir sin su merecido gol. Más listo que nadie dejó pasar el balón tras un saque de banda, levantó la mirada y metió el esférico entre las piernas de van der Sar. Durante los instantes finales se dedicó a intentar tirarle caños a Ooijer, el defensa terminó desquiciado. El resto es historia. Arshavin mandó callar a los aficionados, un gesto habitual en él, y llevó a Rusia a las semis ante España.

Anfield: el jardín de sus casa

Era el Liverpool de Benítez y Fernando Torres, un binomio muy efectivo. Estamos en abril de 2009, y el Arsenal llegaba a casa de un equipo en racha sin Adebayor y van Persie. Pocos meses llevaba Arshavin en Inglaterra, había llegado en el mercado de invierno tras haber tenido un pletórico 2008. Los futbolistas de calidad tardan un tiempo en aclimatarse al fútbol británico. Demasiado balón largo, poco control y el esférico pasa más tiempo en el aire que sobre el césped. Imaginad cómo fue aquella aclimatación de Arshavin, era su primera aventura lejos de Rusia. Le costó entrar en el equipo, pero aquella noche en Anfield debía ser suya. Sin dos de sus mayores competidores en punta, saltó a Anfield con el número 23 a la espalda. ¿A qué jugador le tocó bailar con la más fea y defender al ruso? Ese responsable fue Álvaro Arbeloa. El primer gol llegó a pase de Cesc Fàbregas, su definición fue perfecta. Un disparo seco con la zurda que golpeó en el larguero antes de entrar en la portería defendida por Reina. Arshavin no veía jugadores del Liverpool, observaba jugadores holandeses. Como si Anfield se hubiera convertido en St. Jakob Park y aquello fueran los cuartos de una Eurocopa. Comenzaban sus gestos, las muecas de quien se siente el mejor. En el segundo gol volvió a ser el más listo de todos. Aprovechó el despiste de Arbeloa, robó el balón y mandó un zapatazo al ángulo derecho. Era imparable.

El tercero ya ni se lo creía. Falló Fabio Aurelio, le cayó el balón dentro del área y listo. Demasiado fácil para el pequeño futbolista ruso. En su celebración puso el mismo gesto que Michael Jordan tras una canasta. Decía algo así: “Ya sé que soy muy bueno, pero es lo que hay”. Tres veces estuvo por detrás en el marcador el Liverpool. Volvió el número 23 por cuarta vez, la pesadilla no cesaba. Después de recorrer todo el campo, en una contra de libro, le llegó el balón. Salió Pepe Reina de la portería y Arshavin puso el cuero lejos de su alcance, en la escuadra izquierda. Se repitieron las muecas y el asombro de sus compañeros. Ni sabían ya cómo abrazar al genio. Cuatro veces mandó callar a Anfield, una tras otra. No ganó el partido, empató el equipo red, pero se ganó el respeto de toda una liga.

Tomado de Panenka.

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