Un espectáculo inmenso en las tribunas, una fiesta que la hinchada de Boca Juniors desplegó pintando de azul y amarillo las tribunas de una Bombonera que no recibía espectadores desde el 2019. Pasada la pandemia, esas tribunas fueron una fiesta espectacular y, a la vez, graficaron lo que suele suceder hace un buen tiempo: las hinchadas argentinas sostienen un alicaído fútbol argentino que cuando uno lee las crónicas parecen ficción porque las imágenes del televisor desmienten los elogios y muestran encuentros llenos de rudeza y discusiones y escaso futbol.
Así fue el Boca vs. River que terminó con el triunfo de los xeneixes por 1-0 con gol de Darío Benedetto y con la actuación de los peruanos Luis Advíncula como titular y Carlos Zambrano que ingresó a mitad del segundo tiempo. Los peruanos tuvieron una buena actuación. El diario Olé dijo sobre Advíncula “En el primer tiempo le costó mucho pasar al ataque, casi no lo hizo. Se trenzó con Suárez y lo amonestaron. Terminó el partido con todo, jugando una final, metiendo de arriba, de abajo y a full” y lo calificó con seis puntos sobre 10.

En cuanto a Zambrano, que tras las dudas que generó y lo mandaron a la suplencia supo ingresar con categoría a un encuentro complicado, el diario Olé indicó “Entró por Payero a los 28′ del segundo tiempo. Con él, Ibarra armó una línea de 5 atrás. El peruano se paró de líbero (con Figal y Rojo de stoppers). Sacó bien de cabeza, despejó bastante” y le adjudicó un puntaje de 6 igual que a su compañero de zaga Advíncula.

El clásico argentino fue rudo y con pocos momentos de buen fútbol y el colega Claudio Mauri del diario La Nación lo retrata con precisión en esta crónica:
“Un Boca sencillo y mejor organizado fue suficiente frente a un River extraviado en su propio laberinto. Un superclásico tosco inclinó la balanza por el peso de un goleador. Un acierto en medio de un partido que fue una sinfonía de desaciertos y errores conceptuales. Darío Benedetto impuso la ley del goleador, después de tres meses en los que se había olvidado de los códigos del área entre sus ansiedades y ruidos periféricos.
Boca se puso en carrera en un campeonato que parecía tierra de transición. El novato Hugo Ibarra le ganó la batalla del pizarrón al graduado Marcelo Gallardo, que después de dirigir más de 30 superclásicos se enredó en sus papeles. Ni River se sintió “cómodo” ni fue un “estímulo” jugar en la Bombonera, como había expresado Gallardo el viernes. Quizá el entrenador se deba una autocrítica por un planteamiento y cambio de piezas que terminó por confundir a sus jugadores, protagonistas de un nivel plano, sin ideas ni el arresto final para compensar por la vía anímica lo que no salía desde la cabeza y los pies. Entrenador inclinado a las vueltas de tuerca, esta vez Gallardo se pasó de rosca con su intervencionismo. Nada de lo que diseño y retocó hizo mejor a River.
A Boca no le sobraron luces, pero siempre pareció tener un poco más claro lo que debía hacer. No dio concesiones atrás –Rossi no necesitó ser figura- y trabajó de manera más equilibrada y continua el medio campo. Como no era un partido para delanteros, cobra mucho más mérito que Benedetto se haya reivindicado después de un calvario de múltiples caras.

Lo mejor del partido
Volvieron los hinchas a la Bombonera para un superclásico después de tres años y el ambiente cayó como un inhibidor sobre el campo. Ambos equipos respondieron con inseguridades a la tensión. Infinidad de pases errados en el primer tiempo. Mucho pelotazo, más para sacarse un compromiso de encima que como estrategia para construir algo interesante.
Ibarra apeló a un clásico 4-4-2. A River le costó acomodarse a su dibujo en el arranque, con jugadores más pendientes de encontrar su sitio que de vincularse con fluidez a un circuito. Boca se percató de esa falta de sincronización y tuvo un comienzo impetuoso, dispuesto a plantarse en campo rival. Mucha movilidad y agitación. Pura espuma.
¿Jugadas de gol? ¿Qué es eso en un desarrollo trabado, con combinaciones que no superaban los tres pases seguidos? Pasaba tan poco en la cancha que hasta los decibelios empezaron a bajar en las tribunas. Y eso es mucho decir en la Bombonera. La mejor atajada de los primeros 45 minutos fue una acción con la pelota detenida. Agustín Rossi, puro reflejos, le sacó un cabezazo a Mammana en un córner. Armani soportó algunas aproximaciones, pero ninguna que lo obligara a una gran atajada. Benedetto, necesitado de una reivindicación, se había mostrado como armador en un par de jugadas, pero encontrar un socio para jugar al fútbol era una tarea imposible.
El cierre de la primera etapa fue un bostezo, lo que se merecía un superclásico ordinario, sin clase ni creatividad, con dos equipos con miedo a equivocarse y que, paradójicamente, caían en una sucesión de fallas cuando se trataba de administrar el juego.

El segundo tiempo arrancó tan cortado como el primero. Más interrupciones por jugadores caídos. Y también empezaron a caer los amonestados, síntoma de la desesperación. El partido estaba más a merced de una jugada puntual que de una propuesta global. Un acierto aislado podía equivaler a un tesoro. Boca tuvo dos casi seguidos. En el primero, Armani se interpuso con una estupenda volada a un remate de Pol Fernández. El córner lo ejecutó Ramírez, bien bombeado, al corazón del área, donde Benedetto le ganó a Pinola y estampó el cabezazo goleador.
El partido se había roto, sometido a una sacudida emocional. Aliendro, noqueado por un choque con Varela, le dejó su lugar a Palavecino. Ibarra se enamoró del 1-0 y armó una línea de cinco con la entrada de Zambrano por Payero. Boca se atrincheró y repelió a un River obnubilado, sin desnivel por afuera ni por adentro. En un superclásico con más de un grotesco, Rojo se privó de completar un buen partido con una patada de karate que le valió la expulsión. Igual ya no quedaba tiempo para modificar la sentencia final: Boca se quedó con el clásico haciendo lo mínimo y necesario ante un River enredado en el libreto de Gallardo”.
Con información de La Nación de Argentina