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Certezas e intuiciones

José Carlos Irigoyen, autor de “Con todo y contra todos”, un excelente libro que relata 50 años de la selección peruana de fútbol, reflexiona sobre el incierto camino a Qatar.

José Carlos Yrigoyen
Lima. - 4 octubre 2020

Hay ocasiones en las que existe una absoluta justificación para reconocer nuestra ignorancia acerca de lo que va a ocurrir en los hechos futuros. Esta Eliminatoria es una de ellas.

Carentes de amistosos previos, con las noticias infestadas de Covid-19, de incertidumbre y de Trump, aceptemos que estas preliminares mundialistas son bastantes distintas e impredecibles en comparación a todas las que hemos vivido desde que tenemos la memoria activada.

Sin embargo, maniobramos algunas certezas e intuiciones. Perú es una de las pocas selecciones en las que el recambio desde el proceso mundialista reciente ha derivado en escaso e incompleto. Ello puede explicarse en circunstancias atávicas como que la afloración de cracks en nuestro contexto siempre ha sido lenta. Y exasperadamente lenta en ciertas épocas cuando necesitábamos nombres en los que creer. Debemos recordar también que, a diferencia de Paraguay, Ecuador, Bolivia o Venezuela, llegamos hasta aquí tras una racha exitosa: la clasificación a un Mundial después de 36 años y un subcampeonato en la Copa América que nos redime de tantos fiascos pretéritos.

¿Mantendrá la selección esa secuencia de buenas noticias a las que nos tiene peligrosamente acostumbrados? Digo peligrosamente porque, cuando los peruanos dábamos algo por sentado con respecto a nuestro combinado nacional, lo usual era que los resultados posteriores fuesen una terrible desilusión que nos obligaba a lamernos las heridas mientras analizábamos cuál había sido el error mortal. Acto que la mayoría de las veces se reducía a repartir culpas, adjetivos y lugares comunes decantados en círculos viciosos o laberintos falsificados donde no había salida posible.

Quizá la pregunta ya no sea “¿podemos clasificar?” sino “¿Habremos cambiado?”.

Esa última interrogante me parece mucho más valiosa. Menos inmediatista, menos coyuntural. Porque es perfectamente barajable que no clasifiquemos a Qatar. Lo inadmisible es que lo hagamos de la manera blandengue y funesta como nos quedamos afuera de Alemania, Brasil o Sudáfrica. Lo censurable sería que ante los primeros tropiezos nos viéramos privados de cualquier clase de reacción frente a la adversidad. Que reaparezcan las sombras y fantasmas de la capitanía de Pizarro (porque si podemos delimitar los años más recientes de ese periodo oscuro hay que hacerlo bajo ese membrete) que creíamos haber dejado atrás, como una enfermedad de la que nos sentíamos a salvo por medio de una paciente y tortuosa búsqueda de la inmunidad del rebaño. Eso es lo que nos debería preocupar, no la eventual ausencia a una justa mundialista.

Es completamente presupuestable que a Perú esta vez no le alcance con lo que tiene. Tengamos en cuenta, eso sí, un dato objetivo: en este momento, solo por presente futbolístico, nos hallamos entre las primeras cinco selecciones del continente. La época en la que éramos los parientes pobres de la Conmebol junto a Bolivia y a Venezuela es hoy parte del pasado —pero ojo, siempre se puede regresar a ese arrabal— y ser conscientes de ello nos hace afrontar este reto de manera distinta y mejor. Con una confianza inédita en nuestra experiencia.

También puede sucedernos lo que padeció Chile en el 2000, cuando había regresado a un Mundial después de una larga ausencia. El ominoso síndrome del ya cumplimos planea luego de haber alcanzado una gesta inusual. Ese Chile —que todavía contaba con esa fulgurante dupla atacante Salas-Zamorano— terminó último en la tabla y por distancia. Sería tristísimo retratar a Gareca en esas tribulaciones. Su sentido del deber le obligaría a no abandonar el buque hasta que este se hunda por entero. Cierto, nada a estas alturas cuestionaría sus conquistas logradas. No obstante, la sensación de que todo fue un sueño del que despertamos bruscamente resultaría psicológicamente irremontable a mediano plazo. Creo que el hincha responsable se ha puesto desde hace rato en ese escenario. Pero ni con toda la objetividad del mundo será fácil apurar ese trago amargo.

Si la selección consigue el boleto al Mundial del 2022 —que es lo menos probable porque así lo manda nuestra historia— podemos considerar a este variopinto núcleo de jugadores como una nueva generación dorada, título que nos resistimos a otorgar, pues aún falta la continuidad de éxitos en el tiempo suficiente para adjudicarla sin dificultades. Y si queremos que ese periodo de esplendor no se extinga, es insoslayable seguir trabajando en la búsqueda de los sucesores de Farfán y Guerrero, que ahora sí se juegan, pase lo que pase, sus minutos de descuento. Que sean memorables y venturosos. Que duren todo lo que tengan que durar.

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