//

Christian Cueva y su vieja costumbre de dejarnos en el aire

¿Hasta cuándo se va a tolerar a Cueva? Sus aciertos esporádicos no justifican los altos costos de sus errores. Es un rezago del viejo fútbol peruano basado en la irresponsabilidad. Esta vez nos dejó sin la medalla de bronce en la Copa América Brasil 2021.

Umberto Jara
Lima - 14 julio 2021

La alegría es breve y poco frecuente en el Perú. No hablo de la risa que provocan los memes. Hablo de la alegría que surge de la satisfacción por un logro obtenido. No se da con frecuencia en el Perú porque un buen porcentaje de la población es similar a Christian Cueva: irresponsables, incapaces de darse cuenta de sus responsabilidades, pichangueros en la cancha y en la vida. Por eso, cada vez que se equivoca groseramente hay un buen número de peruanos que le dice “Cuevita”. Aunque nos saque de un mundial, es “Cuevita” porque en él se refleja ese lado peruano que piensa que nada es importante, que el esfuerzo de los demás puede dilapidarse y “pa la próxima será, pe causa”. Ese Perú de gentes mediocres, pichangueras, sin ansias de superación, que nítidamente retrata Christian Cueva. Un estilo de vida que, felizmente, con el fenómeno de los emprendedores y el mundo globalizado, empieza a decaer y ojalá un día desaparezca para que dejemos ese lastre que nos impide progresar. Por de pronto empieza a ser momento de plantear que, de una vez por todas, Cueva desaparezca de la selección peruana.

Lo de Cueva más que un abrazo parece un pésame por la derrota.

Dos ocurrencias del pichanguero Cueva cambiaron el curso del partido que finalmente nos llevó a perder el honor del tercer puesto de la Copa América Brasil 2021. En tiempos de escasez de alegrías, otra vez Cueva, nos privó de una. No es un profesional, lo sabemos todos, menos el director técnico de la selección. O tal vez lo sepa pero insiste en tenerlo. Cueva ingresó a jugar el segundo tiempo con la idea de lucirse, su mente lenta para el fútbol actual lo hizo retener el balón en una zona de riesgo; su boba picardía criolla lo hizo fingir una falta en lugar de correr a recuperar el balón y obligó a Callens a cometer una falta inevitable. De ese tiro libre, llegó el gol del colombiano Cuadrado. 1-1 apenas iniciado el segundo tiempo. De pasada, además del gol colombiano, Cueva se trajo abajo todo lo explicado en el entretiempo por la indiscutible sapiencia de Ricardo Gareca, todo lo que sus compañeros tenían que plasmar y que, de a pocos, luego del mazazo recibido, empezaron a plantear.

Cueva retiene la pelota ante jugadores con oficio como Barrios. No ve videos, no conoce a los rivales.

Pero nuevamente apareció Cueva. El borracho bailarín. Y no estamos incurriendo en ningún agravio. Ahí están los videos hechos públicos por él mismo, bebiendo y bailando. No es necesario hablar del que micciona en un estacionamiento público. Quedémonos con su lado cumbiambero, sabrosón, ese lado calamitoso que lleva a muchos a decir “ta, que pendejo es Cuevita”. Entonces, volvió a aparecer en ese tiro libre que convirtió en un centro a las manos del arquero. Habrá imaginado que estaba en una pichanga sorprendiendo al enano del barrio que pusieron de arquero. Cueva no entiende que en una jugada de ese tipo el equipo está adelantado y por lo menos hay que dividir el balón para intentar volver. Como en el arco colombiano estaba parado un arquero profesional, éste tomó el balón que le regaló Cueva y puso un pase de 70 metros para la definición de otro profesional, Luis Díaz, la nueva figura colombiana, y chau esfuerzo de todos.

Felizmente el hombre que engríe a Cueva, el que justifica sus majaderías con una frase ritual “No me meto con la vida privada de los jugadores”, dio la sorpresa: lo sacó de la cancha y puso a un muchacho llamado Raziel García que tiene deseos de crecer, que sabe que representa a un país. Raziel sacó un tiro de esquina eficaz y le puso la pelota que necesitaba Lapadula para terminar con la soledad a la que lo destinan. Digamos, que con Cueva fuera del campo retornó el fútbol ejecutado por profesionales.

El mediocampista nacional no da la talla ni ante el colombiano Mina ni ante otros rivales menores.

La Copa América Brasil 2021, deja un balance con el que todos estamos de acuerdo: el surgimiento de nuevos jugadores y el rearmado del equipo, pero en ese balance es hora de incluir el final del ciclo Christian Cueva. Sacó a Perú de la Copa América Centenario 2016 al fallar un penal; nos privó de avanzar en el Mundial Rusia 2018 con otro penal fallado; en esta Copa América tuvo la osadía de patear y errar el quinto penal y casi nos deja afuera; y en el encuentro por la medalla de bronce —que en el esforzado Perú, importa— hizo dos trastadas de pelotero de barrio y nos quedamos sin esa alegría, una alegría que la merecía en primer lugar todo el plantel que se tomó en serio la competencia.

Decir basta de Christian Cueva, significa decir basta de un irresponsable en el campo de juego, basta de un tipo al que se le tolera mucho por ciertos chispazos, basta de la presencia del alcohol en una época de profesionales, basta del jugador vinculado a escándalos y basta de seguir dándole la camiseta peruana a quien expresa de la peor manera esa peruanidad criolla, burda, irresponsable que todos queremos dejar atrás.

¿O alguien va a decir la inmensa falacia de que es un jugador imprescindible?   

/ MÁS INFORMACIÓN
Ver nota completa

Messi, el día en que se convirtió en el genio feliz

Ver nota completa

Así empieza Lozano a trabajar su (ilegal) elección