Te regalo el balón, tenlo todo el partido, llévatelo a casa si quieres, te lo regalo; te regalo el frente de ataque, que tus defensas no tengan trabajo; te regalo las estadísticas esas que al final decían 30 remates directos de Colombia contra 3 de Perú, 14 tiros de esquina para Colombia contra 4 a favor de Perú, 70 por ciento de posesión colombiana versus 30 por ciento de la rojiblanca. Te regalo todo eso y más. Todo lo que quieras. No interesan los merecimientos ni el control del partido ni la localía ni esas tribunas todas amarillas con un mínimo espacio con camisetas peruanas. Tampoco importa el aforo del estadio al 100 por ciento en tiempos de pandemia ni el calor de Barranquilla para desgastar al rival ni la sandez de no querer vender entradas para peruanos ni aceptar acreditaciones para periodistas peruanos. No importa nada. Lo único que importa es ese instante maravilloso en que Cristhian Cueva pelea un balón a mitad de cancha con la vestimenta del obrero que marca y quita y en los pasos siguientes se viste de frac como un diez elegante y con sus pies de petiso peruano le mete un pase exacto, a ras de piso, medido como los buenos pases de gol, para que Edison Flores, el Orejas, envuelto en una capa de nostalgia, descolgándose del afiche de las eliminatorias anteriores, yendo otra vez por su viejo carril del camino a Rusia para ser presente hoy en el camino a Qatar. Eso importa. El que hace un gol porque en el fútbol se suman puntos con goles. Qué importa lo que digan los comentaristas. Que Colombia controló el partido, que Perú resistió; que Colombia llegó siempre y Perú una sola vez; que Perú terminó con línea de cinco en defensa. Escriban, titulen, hablen. Lo que importa es ese gol, lo que importa son los tres puntos de visita, lo que importa, lo que cuenta, lo que alegra es mirar la tabla de posiciones y allí se lee Perú en el cuarto lugar con 20 puntos. Importan las gargantas rotas, el corazón extenuado por la angustia, los lentos relojes sacudidos. Estamos hechos de sufrimiento incluso para la alegría. Si no se sufre, no vale. Y aquí estamos felices porque el que sufre festeja doble. Hace seis fechas que jugamos finales, una tras otra, sobrevivientes en cada ocasión, remando hacia una orilla lejana, por eso merecemos esta alegría hecha en base a sacrificio, a esfuerzo, a entrega. Por eso, en esta jornada de victoria como visitantes, los peruanos, todos, decimos al rival: te regalo todo lo que quieras; somos dueños del gol, de los tres puntos, de la victoria y eso es lo que cuenta en el camino que conduce a un Mundial.
