El fútbol en la mirada de Roberto Arlt

El reconocido escritor argentino autor de los "Siete Locos" y "Los Lanzallamas" escribió su única crónica sobre fútbol en 1929 ¿Qué aconteció para que Arlt fuera a ver, por primera vez en su vida un partido de fútbol?

Selección argentina, 1929.
Marcial Luna
Buenos Aires. - 27 septiembre 2020

El vínculo que nos une con el periodista y editor Edwin Cavello Limas se relaciona directamente con un hecho: la serie de notas que el escritor argentino Roberto Arlt escribió en Azul en 1927 y que, con algo de suerte quizás, hallé en enero de 2017. Esas notas eran desconocidas en la biografía oficial de Arlt.

Desde ese momento Edwin (gran lector y admirador de Arlt y particularmente interesado en el hallazgo) me convocó para escribir en la revista Lima Gris, como ahora ha hecho con ONCE. En ambos casos, es para mí un honor.

Pero ¿qué escribir como nota de lanzamiento? Evalué varias posibilidades, aunque finalmente me incliné por esta que, creo, es coherente con el contexto que acabo de esbozar.

Referiré aquí el único artículo que Roberto Arlt escribió sobre futbol, entre las casi dos mil Aguafuertes Porteñas que publicó en el diario argentino El Mundo. Lo publicó el 18 de noviembre de 1929 con el título “Ayer vi ganar a los argentinos”.

Una cuestión es clara: en mi investigación sobre Arlt en su paso por el diario El Régimen de Azul en 1927 (las notas perdidas que hallé), detecté un dato interesante. El fútbol, en todo caso, si bien quedó fuera del eje de sus “aguafuertes”, se le impregnó buen tiempo por ser amigo de Pablo Rojas Paz, cuando ambos trabajaban en el diario Crítica de Buenos Aires.

Dos escritores. Dos escritores de secciones diferentes: Arlt en policiales; Rojas Paz en fútbol, especialmente cubriendo los partidos de Boca Juniors. De hecho, fue el creador del término “La 12”, en referencia a la hinchada. Rojas Paz, que escribió utilizando el seudónimo “El negro de la tribuna”, aseguraba en sus artículos que Boca ganaba muchos partidos porque la hinchada participaba como un jugador más, exactamente el número 12. Con el tiempo, “la 12” quedó reducida a la barrabrava del club (que más de un dolor de cabeza le trajo al propio Boca).

El vínculo entre Arlt y Rojas Paz se extendió durante muchos años, por lo que quizá el fútbol al menos ha estado presente en las mesas del vermouth. Sin embargo, no hay evidencia de ello.

Volvamos al punto de interés. ¿Qué aconteció para que Arlt fuera a ver, por primera vez en su vida, tal como él mismo admitió, un partido de fútbol?

Ese día, 17 de noviembre de 1929, se jugó la final del 12° Campeonato Sudamericano de Selecciones (del que participaron Perú, Paraguay, Uruguay y Argentina), posteriormente denominado “Copa América”.

A continuación se reproduce el “aguafuerte” completo que escribió Arlt en su Underwood; un material que, para muchos cronistas, luego se convirtió en una obra maestra sobre la escritura de la crónica futbolera.

Sólo resta esperar que los lectores de ONCE puedan disfrutarla, a pesar de que han transcurrido casi cien años de su aparición y geniales crónicas y relatos se han impreso en el mundo. No importa. Lo que cuenta aquí es qué vio Arlt ese 17 de noviembre de 1929 y cómo los llevó a sus cuartillas.

El escritor y periodista argentino Roberto Arlt (circa 1927).

Aguafuertes Porteñas

Ayer vi ganar a los argentinos

Por Roberto Arlt

Ustedes dirán que soy el globero más extraordinario que ha pisado El Mundo por lo que voy a decirles. Ayer fue el primer partido de fútbol que vi en mi vida, es decir, en los veintinueve años de existencia que tengo, si no se cuentan como partidos de fútbol esos con pelota de mano que juegan los purretes y que todos, cuando menos, hemos ensayado con detrimento del calzado y de la ropa. Sí; el primer partido, de modo que no les extrañen las macanas que puedo decir.

“Carné” de periodista

Una naranja podrida reventó en el cráneo de un lonyi; cuarenta mil pañuelos se agitaron en el aire, y Ferreira de una magnífica patada hizo el primer goal. Ni un equipo de ametralladoras puede hacer más ruido que esas ochenta mil manos que aplaudían el éxito argentino. Tanta gente aplaudía tras mis orejas, que el viento desalojado por las manos zumbaba en mis mejillas.

Luego, el juego decreció de entusiasmo y empecé a tomar apuntes. Aquí van; para que se den cuenta cómo trabaja un cronista que no entiende ni medio de football (creo que así lo escriben los ingleses). He aquí lo que vi. Un negro que vendía un paraguas abollado para librarse del sol. Un regimiento de chicos que vendían ladrillos, cajones, tablas, naranjas, manzanas, bebidas sin alcohol, diarios, retratos de los footbalistas, caramelos, etc., etc. Un jugador argentino dio una costalada, Cherro erró un goal; de pronto suenan aplausos y en la pista de “Las oficiales”, más aplausos a granel. El “Torito de Mataderos”, pasaba entre una barra de admiradores.

Una voz grita tras mío: “Ese Evaristo está toda la tarde con la platea” (y Evaristo fue el que hizo el segundo goal en combinación con Ferreira). Otra naranja podrida estalla en el cráneo del mismo lonyi. Cientos de cachadores miran y se ríen.

Cherro yerra otro goal y un fulano que se esconde tras de los bigotes, se los retuerce al compás de malísimas palabras. Las gradas están negras de espectadores. Sobre estos cuarenta mil porteños, de continuo una mano misteriosa vuelca volantes que caen entre el aire y el sol con resplandores de hojas de plata. Se apelotonan jugadores uruguayos y argentinos en torno de un jugador estirado en el suelo. Fue una patada en la nuca. No hay vuelta; los deportes son saludables. Otra naranja podrida revienta en el cráneo del mismo lonyi. Ferreira gambetea que es un contento. No hay vuelta, es el mejor jugador del equipo, con Evaristo. ¡Ferreira solo!, gritan las tribunas, y otro: “Ahí lo tienen al juego científico”.

Desde un techo

Al sur de la cancha de San Lorenzo de Almagro, sobre Avenida La Plata, hay una fábrica con techo de dos aguas y varias claraboyas. Pues, de pronto, la gente empezó a mirar para aquel lado, y era que de las claraboyas, lo mismo que hormigas, brotaban mirones que en cuatro patas iban a instalarse en el caballete del tejado. Algo como de cinematógrafo. A todo esto el primer tiempo había terminado. Entonces, del alambrado que separa las populares de las plateas, vi despegarse al lonyi que recibía las naranjas podridas en el mate.

Tenía el cogote chorreando de podredumbre, la jeta cansada de tanto estar colgado y se dejó caer en el portland del piso, con gran satisfacción de los propietarios de las naranjas. Ahora el suelo quedó convertido en campamento gitano. Comencé a caminar. Había una cosa que me llamó la atención y era el agua que continuamente caía de lo alto de las tribunas. Le pregunté a un espectador por qué hacían ese regalo, y el espectador me contestó que eran ciudadanos argentinos que dentro de la constitución hacían sus necesidades naturales desde las alturas.

Selección uruguaya, 1929.

También vi una cosa formidable, y era un montón de purretes colgados de los fierros en la parte inferior de las tribunas, es decir, del lado donde únicamente se ven los pies de los espectadores. Todos estos chicos rivalizaban en agarrarle las piernas a una espectadora para ellos invisible.

Al margen del fútbol

Seguí caminando, pensando en los espectáculos que la suerte me había deparado ver por primera vez en mi vida, y vi un regimiento de mujercitas de aspecto poco edificante acompañadas de la barra de sus “maridos”. Habían hecho rueda en asientos de diarios y tragaban salame de caballo y mortadela de burro.

El ruidoso trabajo de masticación era acompañado de una continua repetición de tragos de un brebaje misterioso que tenían encerrado en un porrón. Luego tropecé con una brigada de forajidos que vendían ladrillos, no para tirárselos a los jugadores, parece que para éstos se reservaban las botellas. Los ladrillos eran para servir de pedestal a los espectadores petisos.

Apareció un negro arramblando con una hoja de puerta, levantó una tribuna y comenzó a vocear; “veinte centavos el asiento”. Varios padres de familia subieron al palco improvisado.

Avenida La Plata. Salí del field, pocos minutos antes que Evaristo hiciera el segundo goal. Todas las puertas de avenida La Plata estaban embanderadas de magníficas pebetas. ¡La pucha si hay lindas muchachas en esta avenida La Plata! De pronto resonó el estruendo de toda una muchedumbre de aplausos; desde lo alto de la tribuna un brazo como un semáforo hizo una señal misteriosa sobre el fondo celeste, y la voz rápidamente levantó un grito en la garganta de todas las pebetas: —Ganamos los argentinos: 2 a 0. Hacía mucho tiempo que los porteños no jugaban con trepidés.

Los uruguayos dieron la impresión de desarrollar un juego más armónico que el de los argentinos, pero éstos, aunque desordenadamente, trabajaron con lo único que da el éxito en la vida: el entusiasmo.

[Fuente: diario El Mundo, Buenos Aires, edición del 18 de noviembre de 1929].

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