Después del durísimo golpe anímico de quedar fuera de Qatar 2022, es necesario ingresar a la cruda realidad. Se aprende de las caídas y seamos claros en un punto: clasificar a Qatar 2022 habría sido una breve fantasía con una eliminación en primera ronda porque Francia y Dinamarca están en un nivel superior al que tuvieron cuando los enfrentamos en Rusia 2018.
Hagamos algo inteligente: saquemos lecciones de la frustración. Solo tenemos dos opciones. O se cambia totalmente la estructura actual del fútbol peruano o nos vamos al precipicio anterior a la era Gareca.
La derrota ante Australia nos mostró lo que la ilusión mundialista estaba escondiendo: el fútbol peruano se debate entre la posibilidad de ser reflotado o hundirse otra vez en la larga noche de las derrotas. Y el problema principal es que tenemos que lidiar con el personaje que preside la FPF. Seamos claros, el único obstáculo para que Ricardo Gareca acepte seguir trabajando tiene un nombre: Agustín Lozano.

Seamos aún más realistas. El fútbol refleja una sociedad. Y no es ninguna casualidad que en este país en crisis, el presidente de la FPF, Agustín Lozano, sea muy parecido al presidente de la República, Pedro Castillo. Ambos carecen de valores; ambos exhiben el falso título de Magister; ambos buscan el enriquecimiento a través de la corrupción; desprecian las instituciones; no son confiables porque no saben honrar compromisos y no entienden el enorme valor de la buena imagen personal.
En este escenario, con Gareca ocurre lo mismo que con un inversionista internacional: no se le ocurre traer su dinero a Perú porque el presidente Castillo no significa garantía de nada. En esa misma línea ¿cómo apuesta Gareca por una continuidad si no hay fútbol juvenil, si el torneo local es deplorable, si los dirigentes de los equipos “profesionales” no cumplen con exigencias básicas, si el interés de Lozano es apropiarse de los derechos de televisión, si se desvía dinero desde la FPF para financiar equipos que no merecen estar en primera división?
Además la ausencia de un trabajo dirigencial serio y respetable, tiene también la sombra de evidencias sólidas de corrupción que ciertos fiscales (y un sector de la prensa) ocultan bajo una sucia alfombra. Al ser la de Lozano una gestión corrupta, inevitablemente se entrelaza con pactos bajo la mesa, con acuerdos dañinos al fútbol, con tráfico de influencias y, peor aún, ante la necesidad de impunidad, la FPF termina estableciendo relaciones con dos sectores teñidos también de corrupción: las altas autoridades políticas y las instancias clave del Ministerio Público.
Esta trenza sórdida lo que hace es contaminar al fútbol. En lugar de pensar en una organización profesional, en clubes competitivos, en inversión en divisiones menores —garantía de futuro— y en crecimiento de infraestructura, Lozano tiene la atención puesta en ámbitos ajenos al fútbol: pactos con turbios dirigentes para intercambiar prebendas y la necesidad de buscar impunidad a través de una red de tráfico de influencias y allí asoman los nombres de procesados como Karelim López y Zamir Villaverde, ambos vinculados a la FPF de Lozano.

En este escenario la palabra futuro está en duda. El ciclo Gareca mostró algo sumamente importante: si se trabaja en serio se logran éxitos a pesar de no tener estrellas futbolísticas. Pero también demuestra que si no hay una estructura que acompañe y se respete, no se puede avanzar más. En una palabra, o se cambia la estructura o le decimos adiós al fútbol competitivo porque en el nivel profesional de hoy ya no hay espacio para la improvisación. Incluso en el fútbol de élite hay un ejemplo nítido. El Real Madrid es un club que se gestiona con seriedad y está en la cumbre; el Barcelona pasó de la cumbre histórica de Guardiola, Messi y Cía. a tener dirigentes corruptos y hoy está cercano a la quiebra. El fútbol peruano no tiene el nivel del fútbol europeo de modo que, al ser más frágiles, debemos entender que en el fútbol globalizado de hoy o somos serios de verdad o pasamos a ser una caricatura.
¿Existe una salida?
Al igual que Pedro Castillo, Agustín Lozano tiene causales de vacancia pero la red que lo contiene se niega a retirarlo del cargo. Al igual que Castillo, a Lozano no se le ocurre la dignidad de la renuncia a pesar de que ambos saben que están en un callejón sin salida y que, tarde o temprano, habrán de pagar sus desaciertos.
En el caso del presidente de la FPF, existe un factor que, acaso, él no está midiendo en su real dimensión: si Ricardo Gareca se termina marchando, será exclusivamente a causa de Lozano. Gareca dirá adiós porque siente que la dirigencia de la FPF no permite realizar un trabajo profesional. Todos estos años la selección de mayores avanzó y generó la inmensa alegría del país porque trabajó protegida en una burbuja de aislamiento. Pero ese ciclo concluyó. Esa burbuja explotó en el partido con Australia. Se necesita un trabajo global y serio en todo el fútbol.

En la Videna es un secreto a voces que la gran duda de Gareca para seguir en Perú pasa porque no tiene garantía de que Lozano permita la ejecución de un plan que ya tiene trazado y que abarca un nuevo diseño de divisiones menores y del torneo profesional: divisiones menores trabajadas con seriedad y con proyección para nutrir el fútbol de mayores; instalaciones pensadas exclusivamente para el fútbol (no para las pichangas de Lozano con el presidente Castillo); incorporación de profesionales por capacidad y no por amiguismo y un torneo de primera división que cumpla con reglas. En suma, fútbol profesional al 100 por ciento sin intromisiones y con respaldo de presupuesto.
Existe todo para seguir. Un líder como Gareca, un comando técnico con experiencia, un director deportivo en sintonía y con capacidad. Si esta opción se frustra, entonces la salida de Gareca será también el final de Lozano. Y este aspecto es el que debería entender el titular de la FPF. Debería darse cuenta que será el propio Lozano quien terminará encendiendo la bomba que le explotará en las manos. Será a Lozano a quien el país le pedirá cuentas. Y cuando la bomba estalle, asomarán las pruebas que lo pondrán fuera de la FPF y los fiscales, hoy distraídos, se verán obligados a actuar y explicar por qué tuvieron encarpetadas más de una denuncia penal, en especial la de reventa de entradas cuyas pruebas el fiscal Rafael Vela Barba recibió directamente de manos del director de ONCE hace… ¡tres años¡
Entonces, si Lozano tiene un instante de lucidez debería darse cuenta que, a pesar de todo lo cometido, tiene un boleto de suerte y es el siguiente. Su cargo de presidente de la FPF está en la recta final. No interesa si es un año, o dos, o tres. No va a ser reelegido. No hay manera. En este escenario tiene una oportunidad de oro: permitir que las cosas se hagan con seriedad para irse con dignidad. Al final, su gestión podría resumirse así: una primera parte teñida de críticas y corrupción; una segunda parte en la que permitió poner las bases del nuevo fútbol peruano, el cimiento del futuro.
Si entiende que esa es su salvación, debería tener un instante de sensatez y aceptar y garantizar el desarrollo del plan que proponen Ricardo Gareca y Juan Carlos Oblitas y permitir las reformas para que exista un torneo de primera división realmente profesional incluyendo el respeto a los derechos televisivos que sostienen nuestra liga.
Hoy la ruta de Lozano tiene únicamente dos opciones: dejar que el fútbol peruano sea manejado por quienes saben y así volver a la senda del protagonismo o hundirse en el oprobio y una probable prisión. En el fondo, a diferencia de su colega Pedro Castillo, Agustín Lozano Saavedra tiene la suerte de tener la oportunidad de elegir una salida favorable. A él y, sobre todo, al fútbol peruano.