El poeta austríaco Rainer María Rilke escribió que la verdadera patria del hombre es su infancia. Sus palabras no aparecen aquí por casualidad. Todos hemos visto goles, pases, atajadas, que son verdaderos poemas. Aparte de esas jugadas que lo convierten en el deporte más bello del mundo, en el Perú, la infancia, como un velo, solo nos dejaba ver lo hermoso. Vivíamos de taquitos, guachas, sombreritos y de ocasionales golazos inolvidables. Otros países, habían madurado. Tal vez no jugaban tan bonito, pero ganaban campeonatos, participaban en los mundiales y hasta los conquistaban.
Los peruanos preferíamos culpar a los árbitros, a Adolfo Hitler, a los militares golpistas y hasta a la esposa de algún entrenador, para ocultar nuestra incapacidad de asumir el fútbol competitivo con una actitud madura y responsable, en la que jugadores, entrenadores, dirigentes, prensa y público, remáramos todos en la misma dirección. Ya que me he enfocado en la infancia, me parece que cae al pelo la comparación con esa reacción tantas veces sufrida de niños, que se manifestaba en un prematuro pitazo final: “me voy y me llevo mi pelota”.
Las veces que nos hemos clasificado a los mundiales de fútbol, anteriores a Rusia 2018, se ha debido, en mi opinión, a la aparición de excelentes generaciones de futbolistas, combinada con la sagacidad y astucia de sus entrenadores. Nunca por un trabajo —con mis disculpas por emplear un lugar común tan de moda— sostenible.
El primer atisbo de seriedad en el trabajo futbolístico fue la contratación de don Jorge Orth, excelente entrenador húngaro, que nos hizo disputar un gran campeonato sudamericano de 1959 y nos llevó a los Juegos Olímpicos de Roma, en 1960. Lamentablemente, esa partida de caballos terminó en parada de borricos. A la selección no le fue bien. Solo les ganamos a los hindúes que, como dato curioso, contaré que jugaban con turbantes. La tormenta de críticas —nos creíamos merecedores a, como mínimo, subir al podio— que cayó sobre el húngaro, hizo que abandonara el país, dejando trunco su trabajo. Una de las acusaciones contra Orth fue que se había vendido frente al excelente equipo de su natal Hungría, que, dicho sea de paso, había asombrado al mundo poco antes, en el mundial de Suiza.
Desde entonces, la historia se repitió. No supimos aceptar nuestro lugar, que estaba entre los últimos, creyéndonos entre los primeros. Hasta que llegó Juan Carlos Oblitas como director deportivo de la Federación Peruana de Fútbol. Fue mundialista como jugador y rozó la clasificación a Francia 98 como entrenador. Inteligente y con experiencia, no solo supo contratar a la persona adecuada, Ricardo Gareca, sino que lo apoyó en todo lo posible para que desarrollara un trabajo que es por todos conocido.
Hoy, con el proceso para el mundial de Qatar a la vuelta de la esquina. La situación se ve complicada, por razones extra deportivas. Sin lugar a dudas, la pandemia ha perturbado los planes y el trabajo de Gareca. Rescato, sin embargo, su empeño por hacer que sigamos siendo lo que somos: hábiles tocadores de pelota, a los que les conviene jugar a ras del suelo. Creo que esa convicción, sumada a su capacidad para darle seguridad y confianza al futbolista, nos puede llevar otra vez al mejor torneo del planeta.
Una última cosa, en lo que respecta a todos los peruanos. Como ya lo han entendido algunos, es mejor llamar a lo que se viene, clasificatorias, en vez de eliminatorias. Tenemos que darle su real valor a las palabras.