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Gareca, un hombre de fe

El técnico argentino inicia su segundo periodo al frente de la Selección Peruana en una eliminatoria mundialista. Aquí un breve retrato de su llegada hace cinco años en un fragmento del libro Benditos, 13 historias no aptas para incrédulos.

Renzo Gómez Vega
Lima. - 27 septiembre 2020

Un argentino que hablaba bajito, sin elocuencia ni histrionismo, que nunca había dirigido una selección y que hacía unos meses había sido despedido del Palmeiras brasileño asumió la dirección del equipo peruano con una frase que en otras bocas rio platenses habría sonado a verso: «Creo en el jugador peruano». Ricardo Gareca, un hombre de creencias firmes, como su rechazo al color verde, y su apego a un polo quemado en su época de jugador.

«No prometo nada, absolutamente nada», se apuró en aclarar Ricardo Gareca el 3 de marzo del 2015, en su presentación como entrenador de la selección peruana de fútbol rumbo a Rusia 2018. Cargo que habían ocupado diecinueve técnicos desde la última presencia mundialista peruana, en España 82. Diecinueve en ocho Eliminatorias. Después de treinta y seis años, entrenar a Perú no significaba responsabilizarse del orgullo futbolístico de una nación sino ser una nueva cara del fracaso.

Alejandro Sabella, subcampeón en Brasil 2014, y Luiz Felipe Scolari, cuarto puesto en el segundo Mundial organizado por la Verdeamarelha, habían recibido suficientes golpes en sus países como para ser la piñata de otro. Ambos, candidatos iniciales para la selección, desistieron. Simple lógica: ni Messi ni Neymar los habían librado del hoyo. Perú solo los sepultaría. El colombiano Reinaldo Rueda, doblemente mundialista con Honduras en Alemania 2010 y Ecuador en Brasil 2014, se sumó al rechazo.

Portada del libro Benditos.

A fines del 2014, Manuel Burga, presidente de la Federación Peruana de Fútbol durante doce años y el hombre más odiado del país en el 2013 según las encuestas, había sido inhabilitado para postular a un cuarto mandato. La institución encargada de profesionalizar a quienes se ganan la vida pegándole a la pelota en el Perú contaba con menos crédito que un partido político. En ese contexto, asumió el cargo Edwin Oviedo, un empresario azucarero que en siete años de gestión había conseguido el primer torneo nacional del Juan Aurich, un equipo chiclayano que en noventa años apenas atesoraba un subcampeonato. Tentar objetivos remotos, de eso se trataba.

Oviedo designó como director deportivo a Juan Carlos Oblitas, mundialista en Argentina 78 y España 82, que como entrenador estuvo a un paso de clasificarnos clasificarnos a Francia 98. Acostumbrado a la tragedia de perder sus lentes de contacto en su época de jugador, el Ciego fue quien le puso el ojo a Ricardo Gareca, un entrenador argentino que no había levantado ninguna Copa Libertadores ni había dirigido una selección nacional (rechazó una oferta de Costa Rica a fines de 2014) y que, seis meses atrás, había sido echado del Palmeiras brasileño por sumar once fechas sin ganar y dejarlo al borde del descenso. Gareca, además, cargaba con un estigma: anotar sobre la raya el agónico empate a dos ante Argentina, en Buenos Aires, que nos debilitó y, a la postre, nos eliminó de México 86. El hombre que tapió la puerta de la última generación que nos habituó a las Copas del Mundo tenía el deber de conjurar la maldición.

El técnico que nos llevó a un mundial después de 36 años.

Sin embargo, el argentino no solo evocaba amarguras: conquistó el Apertura 2008 con un Universitario arrollador, invicto en los clásicos ante Alianza Lima, y transformó a Donny Neyra, un central trotón con barriga de retirado, en el mejor enganche del fútbol peruano. El salto de calidad que consiguió de Neyra fue tal que llegó al punto de compararlo con Juan Román Riquelme, el último diez que se rehusó a correr en la cancha por dignidad. El Flaco tenía, por si fuera poco, credenciales ganadas a nivel local: un ascenso y el único torneo internacional (Copa Conmebol, antigua Sudamericana) de un club centenario como Talleres de Córdoba. Y, además, el mérito de ser el segundo técnico más ganador de Vélez Sarsfield después de Carlos Bianchi, con cuatro títulos domésticos. Este último, campeón Intercontinental en 1994, recobró la mística, esa fe que los futboleros profesaban los domingos. Y ahora, desde la intromisión de los derechos de televisión, cada cuatro días.

Gareca como DT de Universitario.

«Creo en el jugador peruano. Por eso estoy sentado aquí, por eso acepté». La palabra escrita, despierta al ser leída, podría confundir. Pero lo dicho por Gareca en su primera conferencia de prensa, en la Villa Deportiva Nacional (Videna), en San Luis, sonó honesto. Extrañamente honesto viniendo de un técnico de la selección. No pretendía impresionar, Gareca, con alguna frase esculpida del verbo futbolero. No. Aunque pareciese, no. Tampoco sonrió para simpatizar. Es más, no sonrió cuando dijo sentirse feliz. Y menos cuando se refirió a la disciplina, ese concepto tan ajeno que disculpamos con mediocridad («¡Si hubiera querido!»), y que al mostrarnos su otra cara descompone a equipos enteros. «La disciplina la manejo yo. La única cabeza de todo esto soy yo», rugió el Tigre Gareca, como lo apodaron en sus años de centrodelantero, ante la insistencia de los reporteros.

La selección peruana celebra la clasificación al Mundial de Rusia 2018.

Alonso Cueto, escritor peruano con porte de central uruguayo, tiene la teoría de que en el Perú los entrenadores más exitosos son los que se convierten en buenos padres para los jugadores. Más allá de planteamientos tácticos, el funcionamiento del equipo depende de una máxima: defender en público y regañar en privado. Solo así desplegarán lo mejor de sí.

Agrio recuerdo el de los entrenadores distantes que pusieron mano dura. José ‘Chemo’ Del Solar nos relegó al último lugar de las Eliminatorias para Sudáfrica 2010, y Franco Navarro duró un año de amistosos entre el 2006 y el 2007. Ambos tuvieron cortocircuitos con Claudio Pizarro, máximo goleador extranjero de la Bundesliga y el peruano más ganador a nivel de clubes. En la otra acera, el uruguayo Sergio Markarián, subcampeón de la Copa Libertadores 1997 con Sporting Cristal, arropó a los ‘Cuatro fantásticos’ hasta el final de su proceso, de cara a Brasil 2014. A pesar de obtener un tercer puesto esperanzador en la Copa América Argentina 2011, la fantasía marveliana de Claudio Pizarro, Paolo Guerrero, Jefferson Farfán y Juan Manuel Vargas solo sirvió para motivar el talento de los diseñadores gráficos. Portadas inolvidables para un inolvidable antepenúltimo lugar.

Dos escenas marcan a los dos únicos técnicos en este siglo que concluyeron las Eliminatorias durante su periodo: Chemo Del Solar llamando cagones a sus jugadores, en el 6-0 en contra ante Uruguay, en Montevideo, y Markarián gritándole miserable a un hincha en el aeropuerto. Implacables y permisivos se dirigieron, tarde o temprano, hacia un mismo abismo. Sobre ese filo debía caminar Ricardo Gareca.

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