Solo él y su esposa saben lo que ha costado llegar hasta el lugar que ahora tienen. Solo ellos, porque juntos edificaron este presente sonriente construido sobre una base tan sólida que ni los temblores que suelen sacudir la capital mejicana, ni las despiadadas críticas periodísticas peruanas han podido traer abajo.
Ahora son tres los que sonríen desde la llegada de Marcia y sus diez meses de edad. Y ahora son más felices porque el presente los ha marcado con un sello de reconocimiento, los ha distinguido por sobre el resto. En casa hay un producto de calidad que se ha ganado la admiración de todo México. Ellos lo saben, pero no lo mencionan, ni lo sugieren. ¿Para qué? Si así, con sencillez y en silencio han avanzado y conseguido logros. Entonces, ¿para qué cambiar?

Es su club, en el estadio, en el taxi, en uno de los cientos de tiendas Sanborns o comiendo un taco en cualquier esquina de este inmenso Distrito Federal, uno pregunta por Juan Reynoso y al instante brotan elogios, frases de admiración por «la calidad del peruano, que sin duda es de los mejores zagueros del país».
«El fútbol siempre lo he tomado como algo que va a asegurar mi futuro. Para eso trabajo a diario, para darle bienestar a mi familia, para asegurarlos económicamente. Si tengo logros deportivos, bien. Es decir, si salgo campeón aquí o me eligen como el mejor, perfecto, pero primero está mi futuro y el de mi familia».
Duro empezar
Es mayo del ‘94. Juan tiene apenas un día en México D.F. Está en el complejo del club en Xochimilco. Ha terminado su primera práctica, le han presentado a sus compañeros, ha recorrido las instalaciones de La Noria y la prensa ha tenido el primer cara a cara con el nuevo refuerzo del Cruz Azul. Todo bien, pensó Juan. Pasé la prueba. Ni se imaginó lo que venía.

Carlos Cruz, periodista del diario deportivo Esto, esperó a que Reynoso hablara con el resto de medios para luego conversar en forma privada con él. Las típicas preguntas de rigor, pensó Juan. Uno más. Así fue, hasta que Cruz cerró su agenda, guardó el lapicero y miró fijamente a los ojos al flamante integrante del plantel del Cruz Azul. Ahí nomás soltó la pregunta.
-¿De verdad tú eres zaguero central?
-Sí- dijo Juan.
-¿Así? Digo, tan flaquito, con ese cuerpo.
-Sí, ¿por qué? – fue la respuesta de un desconcertado Reynoso, que no entendía nada.
-Y, no sé… como tú han llegado muchos, y a ninguno le fue bien. Ya no están más por acá.
-¿ … ?
-La verdad, no creo que dures mucho … dudo que te quedes en México.
Plaf, recién llegado, apenas un día y ya con el frío impacto de una bofetada. Eso tocó en lo más hondo su orgullo. Estaba el precedente:
«han pasado muchos… ninguno se ha quedado». ¿Qué hacer?
Palancudo y con sincho
Tres años después, las cosas son distintas. Decir que Juan «está muy palancudo» significa en mejicano que está muy considerado, muy respetado. Y hablar de sincho es hablar de prestigio, de un importante lugar en el Cruz Azul, al que llaman el «equipo cementero» por el auspicio de la fábrica de cemento de igual nombre.
En tres años, también cambió la opinión de Carlos Cruz, hoy de muy buena relación con Reynoso. El periodista no escatima ni se guarda elogios a la hora de hablar sobre el flaquito zaguero peruano que la rompe en el Cruz Azul desde 1994.
¡Y pensar que le auguraba un futuro austero y fugaz!
«Al principio me costó adaptarme al equipo y a la altura. Pero si hago un balance de estos tres años, tengo que decir que son buenos. Vine con la expectativa de quedarme un par de años y ahora estoy por arreglar un nuevo contrato, siempre y cuando no llegue una oferta importante de algún club europeo. A nivel personal, también me ha ido excelente, he madurado como persona, como padre. Soy un tipo que cree en sus convicciones y que ya no les da tanta importancia a las críticas».
¿Sentiste temor de llegar al fútbol mexicano?
-Temor no. Me tenía confianza, pero no sabía qué límites podía tener. Hasta ahora me sorprenden algunas cosas. Pero estoy seguro de que todavía no he llegado a mi techo. Llegar a Cruz Azul fue ratificar algo que pensaba: que tranquilamente puedo jugar en cualquier parte, no sólo en México.
Uno elige en la vida. O crecer o estancarse. Juan Máximo eligió lo primero y los resultados están a la vista. Aquí, en esta ciudad de 22 millones de habitantes (todo el Perú en una metrópoli), uno constata que Reynoso es, junto al goleador Carlos Hermosillo, el jugador más representativo del Cruz Azul; y es, además, uno de los mejores extranjeros del torneo azteca, donde resaltan sus cualidades técnicas y la alta regularidad demostrada domingo a domingo.

«Me siento orgulloso por los elogios que recibo, pero a la vez me molesta que eso no lo tenga en mi país. No me duele, pero me molesta, porque no son capaces de agarrar un teléfono y preguntar cómo me va. Llega un cable y por ahí no mencionan mi nombre y dicen ‘Juan no está jugando, debe estar mal’, y no es verdad».
¿Por qué piensas que ocurre eso?
– Mira, yo hago una diferencia, creo que la gente ha cambiado, me siento querido por los hinchas. El problema está por otro lado. Pasa que yo no soy un tipo simpático, carismático, y mi carácter hace que ponga una barrera con algunos periodistas; y lo hago conscientemente, porque si bien no me han pegado mucho, sí lo han hecho con mala intención. Pero con la gente no hay problema, ellos me demuestran su cariño cuando estoy en Lima.
Historia de una decisión
A los 14 años Reynoso se paró frente a papá Juan y mamá Rosalina y les dijo: «Pruebo dos años con el fútbol, si me va bien, perfecto; de lo contrario, estudio medicina». No hubo necesidad de verlo con mandil blanco y bisturí en mano. Alianza Lima lo hizo debutar muy joven, a los 16 años. La Selección mayor igual: Copa América del ’87, doce meses después. Pasó por todas las subs existentes y, en 1989, se fue al Sabadell de España con apenas 19 años y recién casado con una adolescente Rocío, figura de la selección peruana de vóley.
En España, el técnico no quería sudamericanos, así que a preparar maletas y de regreso al Alianza Lima. Un año y medio después Juan Reynoso conmocionó Lima: el capitán blanquiazul decide firmar por Universitario de Deportes. Una transferencia complicada y simbólica y que además le deja dos amigos muy queridos, Héctor Alvarez y Andrés Ferrand. En la «U» sale campeón el ‘93 y en mayo del ’94 lo contrata Cruz Azul.
Hoy Reynoso está consolidado y reconocido en la tierra de las rancheras y las pirámides americanas. Su sueño es volver a Europa: España, Italia, Alemania, Francia; donde sea, pero a un club con pretensiones de pelear por lo menos la Copa UEFA. Si alguien quiere llevarse a Reynoso, sólo tiene que pasar por la tesorería de La Noria y depositar los 3.000.000 de dólares que cuesta su pase.
la Selección
El tema apunta ahora a la Selección Nacional y las esperanzas de aterrizar en París en junio del ’98. «Va a ser difícil. El nuestro es un equipo bueno, el triunfo en Colombia ha servido para ganar confianza. Llegar a Francia va a ser duro, ya sabemos que tenemos que unir filas y no escuchar las críticas. Sólo jugar y seguir peleando. Sabemos que juntos lo podemos lograr».
El capitán sabe que este bote avanza y el que se detiene naufraga. ¿Cuánto le ha costado tener lo que ahora tiene, ser lo que es hoy en el fútbol mexicano? Él, Juan Máximo Reynoso Guzmán, lo sabe. Lo sabe también ella, Rocío Cerna, la precisa compañera, la que está ahí para ayudarlo en los momentos en que el reloj marca una cruda hora sin sombra o para festejar juntos los triunfos de este feliz presente.