Juan Reynoso: navega el capitán

ídolo en el Cruz Azul, reconocido en todo México, Juan Reynoso, 27 años, capitán de la selección peruana, triunfa en el fútbol azteca y nos cuenta su vida en el Distrito Federal.

Fabricio Torres del Aguila
Lima. - 21 marzo 2021

Solo él y su esposa saben lo que ha costado llegar hasta el lugar que ahora tienen. Solo ellos, porque juntos edificaron   este    presente sonriente construido sobre una base tan sólida que ni los temblores que suelen sacudir la capital mejicana, ni las despiadadas críticas periodísticas peruanas han  podido traer abajo.

Ahora son tres los que sonríen desde la  llegada  de  Marcia  y  sus diez   meses  de  edad.  Y ahora son más felices porque el presente los ha marcado con un sello de reconocimiento, los ha  distinguido por sobre el resto. En casa hay un producto de calidad que se ha ganado la admiración de todo México. Ellos lo saben, pero no lo mencionan, ni lo sugieren.  ¿Para qué?  Si así, con sencillez y en silencio han avanzado y conseguido logros. Entonces, ¿para qué cambiar?

Archivo ONCE. 12 de mayo de 1997.

Es su club, en  el  estadio,  en  el taxi, en uno de los cientos de tiendas Sanborns o comiendo un taco en cualquier esquina de este inmenso Distrito  Federal,  uno  pregunta por Juan Reynoso   y  al  instante brotan elogios,  frases de admiración por «la calidad del peruano,  que  sin duda  es de los mejores zagueros del país».

«El fútbol siempre lo he tomado como   algo que va a asegurar mi futuro.  Para eso trabajo   a diario, para darle bienestar a mi familia, para  asegurarlos económicamente. Si tengo logros  deportivos, bien. Es decir, si  salgo  campeón  aquí   o me eligen como el mejor, perfecto, pero primero  está mi  futuro  y  el  de  mi familia».

Duro empezar

Es mayo del  ‘94. Juan tiene apenas un día en México D.F. Está en el complejo del club en Xochimilco. Ha terminado su   primera práctica, le han presentado a  sus  compañeros, ha  recorrido las  instalaciones de La Noria y la  prensa ha  tenido el  primer cara a cara con el nuevo refuerzo del  Cruz Azul.  Todo bien, pensó Juan.  Pasé la prueba.  Ni se imaginó lo que  venía.

Archivo ONCE. 12 de mayo de 1997.

Carlos Cruz, periodista del diario deportivo Esto, esperó a que Reynoso hablara con el resto de medios para luego  conversar  en   forma  privada con   él.   Las típicas preguntas de rigor, pensó Juan. Uno más. Así fue, hasta que   Cruz  cerró  su   agenda, guardó el lapicero y miró fijamente a los  ojos  al  flamante integrante  del plantel  del  Cruz  Azul.  Ahí nomás soltó la pregunta.

-¿De  verdad tú eres zaguero central?

-Sí- dijo Juan.

-¿Así?  Digo, tan flaquito, con ese cuerpo.

-Sí, ¿por qué? – fue la respuesta de un desconcertado Reynoso, que no entendía nada.

-Y, no sé…  como tú han llegado muchos, y a ninguno le fue bien.  Ya no están más por acá.

-¿ … ?

-La verdad, no creo que dures mucho …   dudo que te quedes en México.

Plaf, recién llegado, apenas un día y ya con el frío impacto de  una bofetada.  Eso tocó en lo más hondo su   orgullo.   Estaba   el   precedente:

«han pasado muchos…   ninguno   se ha quedado».  ¿Qué hacer?

Palancudo y con sincho

Tres años después, las cosas son distintas.  Decir que Juan «está muy palancudo» significa  en mejicano que está muy  considerado, muy respetado. Y hablar de sincho es hablar de prestigio, de un importante lugar en el Cruz  Azul,  al  que  llaman  el «equipo  cementero»  por  el  auspicio de la fábrica de cemento de igual nombre.

En tres años, también cambió la opinión de Carlos Cruz, hoy de muy buena relación con Reynoso. El periodista no escatima ni se guarda elogios a la hora de hablar sobre el flaquito zaguero peruano que la rompe en el  Cruz Azul desde 1994.

¡Y pensar que le auguraba un futuro austero y fugaz!

«Al principio me costó adaptarme al equipo y a la altura.  Pero si hago un balance de estos tres años, tengo que   decir que   son buenos. Vine con la expectativa de quedarme un par de años y ahora estoy por arreglar un nuevo contrato, siempre y cuando no llegue una oferta importante de algún club europeo. A nivel personal, también me ha ido excelente, he madurado como persona, como padre.  Soy un tipo   que cree en sus convicciones y que ya no les da tanta importancia a las críticas».

¿Sentiste temor de llegar al fútbol mexicano?

-Temor no. Me tenía confianza, pero no sabía qué límites podía tener.  Hasta ahora me sorprenden algunas cosas. Pero estoy seguro de que todavía no he llegado a mi techo. Llegar a   Cruz   Azul   fue   ratificar algo que pensaba:   que   tranquilamente   puedo jugar en cualquier parte,  no sólo en México.

Uno elige en la vida.  O crecer o estancarse.  Juan Máximo eligió lo primero y los resultados están a la vista. Aquí, en esta ciudad de 22 millones de habitantes (todo el Perú en una metrópoli), uno constata que Reynoso es, junto al goleador Carlos Hermosillo, el jugador más representativo del Cruz Azul; y es, además, uno de los mejores extranjeros del   torneo  azteca,  donde   resaltan sus cualidades técnicas y la alta regularidad demostrada  domingo   a domingo.

Archivo ONCE. 12 de mayo de 1997.

«Me siento orgulloso por los elogios que recibo, pero a la vez  me molesta  que  eso  no  lo tenga en  mi país. No me duele, pero me molesta, porque no son capaces de  agarrar un teléfono y preguntar cómo me va. Llega un cable  y por ahí  no mencionan  mi  nombre  y  dicen   ‘Juan  no está jugando,  debe  estar mal’,  y no es verdad».

¿Por qué piensas que ocurre eso?

– Mira,  yo hago    una  diferencia,  creo  que   la gente ha  cambiado,  me  siento  querido  por  los hinchas.  El problema está por otro lado.  Pasa que yo no soy un tipo simpático, carismático, y mi carácter hace que ponga una barrera con algunos periodistas; y lo hago conscientemente, porque si bien no me han  pegado  mucho,  sí lo han  hecho  con mala  intención.  Pero con la gente no hay problema, ellos me demuestran su cariño cuando estoy en Lima.

Historia de una decisión

A los 14  años Reynoso se  paró frente a papá  Juan y mamá Rosalina y  les  dijo:  «Pruebo  dos  años con  el fútbol, si me va  bien, perfecto; de lo contrario, estudio   medicina».  No hubo necesidad de verlo con mandil blanco y bisturí en mano. Alianza Lima lo hizo debutar muy  joven,  a los   16  años. La Selección mayor igual: Copa América del ’87, doce meses   después.  Pasó por todas las subs existentes y, en 1989, se fue al Sabadell de  España con  apenas  19 años  y  recién casado con una adolescente Rocío, figura de la selección peruana de vóley.

En España, el técnico no quería sudamericanos, así que a preparar maletas y de regreso al Alianza Lima. Un año y medio después Juan Reynoso   conmocionó   Lima: el capitán blanquiazul   decide   firmar por Universitario de Deportes.   Una   transferencia complicada y simbólica y que además le deja dos amigos muy queridos, Héctor Alvarez y Andrés   Ferrand.  En la «U» sale campeón el ‘93 y en mayo del ’94 lo contrata Cruz Azul.

Hoy Reynoso está consolidado y reconocido en la tierra de las rancheras y las pirámides americanas. Su sueño es volver a Europa:  España, Italia, Alemania, Francia; donde sea, pero a un club con pretensiones de pelear   por lo menos la Copa UEFA. Si alguien quiere llevarse a Reynoso, sólo tiene que pasar por la tesorería de La Noria y depositar los 3.000.000 de dólares que cuesta su pase.

la Selección

El tema apunta ahora a la Selección Nacional y las esperanzas de aterrizar en París en junio del ’98.  «Va a ser difícil.  El nuestro es un   equipo   bueno, el   triunfo en Colombia ha servido para ganar confianza. Llegar a Francia va a ser duro, ya sabemos que tenemos que unir filas y no escuchar las críticas. Sólo jugar y seguir peleando.  Sabemos que juntos lo podemos lograr».

El capitán sabe   que   este bote avanza y el que se detiene naufraga. ¿Cuánto le ha costado tener lo que ahora tiene, ser lo que es hoy en el fútbol mexicano? Él, Juan Máximo Reynoso Guzmán, lo sabe. Lo sabe también ella, Rocío Cerna, la precisa compañera, la que está ahí para ayudarlo en los momentos en que el reloj marca una cruda hora sin sombra o para festejar juntos los triunfos de este feliz presente.

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