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La historia de vida de un genio del fútbol

Un relato en base a testimonios del propio Maradona, sobre su vida desde el día en que sus padres dejaron la provincia de Corrientes para instalarse en una villa de Buenos Aires.

Redacción ONCE
Lima - 28 noviembre 2020

Llegaron a Buenos Aires sin más equipaje que la esperanza. Chitoro y Tota habían dejado su pequeño pueblo —Esquina, Corrientes— para buscar un mejor futuro en la gran ciudad. El modesto trabajo de lanchero, llevando animales a las islas cuando el río crecía, no alcanzaba para llenar la olla. Con sus cuatro pequeñas hijas —Ana, Rita, María Rosa y Lili—, se instalaron a fines de los 50’en la humilde casa en Azamor 523, Villa Fiorito. Allí fundarían su gran familia.

El 30 de octubre de 1960 nació su primer hijo varón. Era un domingo luminoso, y Diego Maradona, el padre, disfrutaba de su día de franco tomando unos mates —luego de una agotadora semana de trabajo en la molienda Tritumol— cuando su mujer, Dalma Salvadora Franco, comenzó con contracciones.

Muchos años después, cuando ese hijo ya se había convertido en el mejor jugador de todos los tiempos, Doña Tota me contó —sentada en una larga mesa donde se celebraba un cumpleaños— cómo fue el día en que nació Diego Armando Maradona:

“Estaba con la panza muy dura por las contracciones y mi marido y mi cuñada, Ana María, me dijeron que teníamos que irnos rápido para el hospital. Caminamos tres cuadras hasta la estación Fiorito y ahí nos tomamos el tranvía hasta Lanús. Nos bajamos a una cuadra y media del hospital Evita, y a mi me costaba estar parada porque los dolores eran muy fuertes. Ya estaba llegando a la puerta cuando vi, contra el cordón de la vereda, algo que brillaba con forma de estrella. Me agaché a agarrarlo…”.

La infancia, de nuestra inmortalidad.

Desde el potrero maravillaba con su zurda mágica

“La primera imagen de la infancia que me viene a la cabeza es cuando mi mamá me iba a buscar para ir a la escuela y yo me escondía entre el maíz. Y después jugando a la pelota en una calle de tierra, con mucha tierra”, me confesó una tarde Diego Maradona tirado en una reposera en el balcón de su mítica casa de La Habana y Segurola. Lo había conocido en 1980, y lo había entrevistado infinidad de veces: sus sueños, sus amores, las drogas, su internación, su corazón lastimado, sus glorias y sus caídas. Hablábamos de todo, siempre, aunque muy pocas veces de fútbol. Ese día caluroso de diciembre, Diego sentía nostalgia por su niñez.

Estos son los recuerdos que desgranó, entre risas y lágrimas, hasta que cayó la noche.

El techo de chapa

“Los días de lluvia, cuando caían piedras, se agujereaba el techo de chapa y el piso de tierra se iba llenando de manchas oscuras que parecían bichitos. Entonces mamá gritaba: ‘¡Andá a buscar los tachitos!’. Y todos corríamos por la casita, poniendo las tachitos debajo de las goteras, hasta que se llenaban y tirábamos el agua por la ventana. Si no lo hacíamos, ¡ni te imaginás los pozos que quedaban en la tierra!”.

La casa de Fiorito. Una cocina y dos dormitorios: uno para los padres, el otro para los ocho hermanos.

Sin una gota de agua

“En mi casa no había agua corriente. Entonces, cuando mamá tenía que lavar los platos o teníamos que bañarnos, me mandaba a buscar agua a una canilla. Yo llevaba los tachos de aceite de veinte litros y los llenaba. Los ponía en la cocina y mamá nos pasaba el agua por la cara y por el cuerpo, para que estuviéramos bien limpitos. Se complicaba, imaginate, cuando los ocho hermanos teníamos que lavarnos la cabeza…”.

Qué soñaba en Fiorito

“Soñaba con comer. No era fácil. Nos costaba comprar una gaseosa, y las Flecha o las Pampero que teníamos eran el único par de zapatillas para ir a la escuela, jugar, estar todo el día… Cuando llegaba la hora de la cena, la Tota siempre decía que le dolía la panza. ‘’No, hoy no voy a comer, porque ando mal del estómago’’, repetía. Recién a los trece años, tremendo grandote boludo, me enteré de que nunca le había dolido nada, que decía eso para que nosotros pudiéramos comer””.

La pobreza y el hambre

“Veía que otros chicos tenían zapatillas nuevas y juguetes, y nosotros no podíamos. Me producía una envidia sana, era lógico: el de al lado tenía la bici que yo no podía ni siquiera soñar. Pero veía que mi papá venía todos los días de laburar y le dolía la espalda. Eso me daba la pauta de que no podía esperar nada: era suficiente que mi viejo trajera la leche y que pudiéramos comer”.

El rastrojero de “Yayo”. Los tiempos felices de Los Cebollitas junto a Don Diego,

La carne para Pelusa

“Siempre fui el preferido de mi vieja. Ella me mandaba a comprar cinco guitas de carne, aunque fuera para darle sabor a la comida… Pero el día en que había un pedazo de carne en la mesa, el más grande era para mí, y a mis hermanas les llenaba el plato de ensalada, para disimular… Las pobres masticaban lechuga como locas”.

“Si tocás a mi hijo, te mato”

“Mamá me defendía a muerte. Tenía debilidad por mí. Una vez la desobedecí y me fui a jugar al fútbol, a pesar de que me dijo que me quedara en casa. Volví hecho un desastre, con las zapatillas Flecha, ¡que tanto había costado comprar!, todas sucias y rotas. Mi viejo se agarró una calentura bárbara y empezó a fajarme. Pero la Tota vino corriendo, levantó el dedo y le dijo: ”Si tocás a mi hijo, esta noche cuando duermas, te mato”.

La carta para los Reyes

“Le escribía una carta a Melchor, Gaspar y Baltazar todos los años. Les ponía: ‘Queridos Reyes, me gustaría que trajeran una bici para la Lili, otra para Mary y una para mí que no tenemos’. ¡Me la iban a traer el día de la escarapela! Era duro, la bici nunca llegaba. Una vez le pregunté a mi mamá si ellos no leían esa carta que yo escribía con tanta ilusión. Y mi vieja me explicó que para nosotros los Reyes eran pobres. Igual, les cortabamos el pasto y le poníamos el agua, porque queríamos ser agradecidos aunque nuestros regalos fueran siempre los más chiquitos del barrio”.

“Mi papá me lustraba los botines, les ponía betún, los lavaba. El me ayudó a brillar”.

El Estrella Roja y el potrero

“Mi viejo tenía un equipo de fútbol, el Estrella Roja. Y yo hubiese querido jugar siempre para él, ¡porque nunca ganaba! Los rivales eran Chacabuco y el equipo de Carrizo. Jugábamos en el potrero, con tierra que volaba para todos lados, de la mañana hasta que oscurecía. Y después me iba para la casa hecho un desastre. Ahí mi viejo me quería fajar, y yo amagaba y lo esquivaba… Me ayudó a “entrenarme” en los amagues…”.

Hay que matar cucarachas

“Mi primer trabajo fue a los 13 años, en una empresa de desinfección, en el puente San Martín. Iba todos los días a las siete de la mañana por Libertador, en colectivo, y paraba en los edificios para hacer la desinfección. Empezaba en los sótanos y después subía. Me daban unos sobres con el veneno y lo ponía en las rejillas y los rincones. ¡Era un exterminador de cucharachas!”

El primer sueldo

“Con mi primer sueldo llevé a mi vieja a cenar al restaurante La Rumba, porque siempre que pasaba con el bondi cuando iba a desinfectar sentía un olor riquísimo. Era una pizzería en avenida Sáenz, frente a la Iglesia de Pompeya. El sueño de mi vida era llevar a la Tota a cenar, los dos solos, como novios. ¡Esa noche nos gastamos todo!”.

Los Cebollitas de Argentinos Juniors. La categoría 60 fue campeona y batió récords.

La pelota de cuero

“La primera pelota me la regaló mi primo Beto, el primo que más quise en toda mi vida y que seguramente me está escuchando ahora desde el cielo… Beto me compró una pelota de cuero lindísima con el primer sueldo que cobró. Fue uno de los momentos más felices de mi vida. Dormí abrazado a la pelota toda la noche. Me desperté abrazado a la pelota. Era blanca, número uno, chiquitita así …”.

Hundido en la mierda

“Una vez corrí detrás de una pelota, tendría menos de 10 años, y por buscarla me caí en un pozo ciego. Quedé hundido hasta el cuello en la mierda, pero no intenté salir: seguía buscando la pelota y me hundía cada vez más… Mi tío me salvó metiendo la mitad de su cuerpo en el pozo, casi colgado de cabeza, y estirando su mano para tomar la mía. Si él no lo hubiera hecho, habría muerto en ese pozo… corriendo detrás de una pelota”.

El mejor día de mi vida

“Una tarde vino Goyo (Carrizo, su amigo de la infancia, y quien empezó con en él en Los Cebollitas) y me dijo: ‘Me probé en Argentinos Juniors el sábado pasado y quieren chicos’. Salí corriendo para casa y le conté a mamá. Era un jueves. Me quedé parado en la puerta de casa, contra el alambre, duro como una estatua, esperando a que mi viejo llegara de laburar. ‘¿Me llevás el sábado a probarme?’, le supliqué. No pudo contestarme nada de lo cansado que estaba. Entonces, esperé al día siguiente y le insistí. Fuimos juntos a lo de Carrizo, que quedaba muy lejos, y habló con el papá de Goyo. Cuando volvíamos, ya tarde, los dos solos caminando por el campo, me dijo: ‘Bueno, te llevo’. Me acosté soñando con esa prueba, pero empezó a llover. ¡Le rogué tanto a Dios para que parara esa lluvia! Porque aunque mi viejo me había prometido ir, no podíamos darnos el lujo de gastar en el pasaje de colectivo si el entrenamiento se suspendía… No alcanzaba para los boletos y no exagero. El sábado fuimos al barrio Malvinas, y ahí nos dijeron que se practicaba en el Parque Saavedra. No teníamos cómo ir. Por suerte un tipo nos llevó en una camioneta. Nos probaron. El entrenador me dijo: ‘Quedás’. Toqué el cielo con las manos….. Volvimos a casa en el 28 pasando el puente La Noria, y después cruzamos el campo a pata, que eran como 20 cuadras, los dos en silencio, pero felices”.

Los botines relucientes

“Yo empecé a soñar el día que fui a entrenar a Argentinos Juniors. Sabía que el fútbol me iba a dar una vida mejor, porque yo veía que podía comerme crudo a los mejores chicos que ya estaban jugando. Y no era de agrandado: lo sabía íntimamente porque mi viejo me lustraba los botines antes de cada partido. Los cuidaba, les ponía betún, los lavaba. Yo salía siempre con los botines relucientes. Y los demás tenían los botines en un estado lamentable, sucios, embarrados… Mi viejo me ayudó a brillar”.

Padre e hijo.

Mi vieja amada

“Yo era el preferido de la Tota. Tenía debilidad por mí. El día que cumplí 46 años miré a mamá y le dije: ”Sos la primera mujer de mi vida, mi novia eterna. Te debo todo, Tota, y te voy a amar siempre más y más'”.

Diego y sus padres.

Mi querido viejo

“Con mi viejo no hablábamos mucho. Y me pegaba. Eran otros tiempos, los chicos de hoy no lo entenderían… Pero a mi viejo le debo todo. Y es tan así como te lo digo, porque mi papá me llevaba en el colectivo hasta Argentinos, cayéndose de cansancio. Se colgaba del pasamanos y yo me ponía debajo de su brazo y me paraba en puntas de pie para sostenerlo, porque se quedaba dormido parado. Y así viajábamos, sosteniéndonos… Sin mi viejo yo nunca habría llegado a ser El Diez”.

Genio inmortal.

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