Fuimos a un mundial después de 36 años de ausencia. Fuimos pero no aprendimos. La clasificación a Rusia 2018 se consiguió por méritos futbolísticos pero también por algunas circunstancias que ayudaron, sin restar méritos: los tres puntos reclamados por Chile o el vuelo de Ospina cuando no debía volar, el famoso “la tocó, la tocó” que inmortalizó el gran Ramón Quiroga como quien da gracias al azar. Pero fuimos y eso es lo que cuenta y no se discute; está en la grata historia. El problema es que no aprendimos nada y aquí estamos de nuevo ante la vieja historia, jugando una chance al todo o nada de la triple fecha que se avecina, mirando de reojo a la vieja calculadora para la sala de emergencia que solemos llamar “matemáticamente todavía es posible”.
Esperemos que no sea así, que por esas cosas de la gitanería de nuestro fútbol de pronto la fecha triple traiga más balones de oxígeno que en una pandemia. Pero aún con resultados positivos —que todos deseamos y respaldamos— lo que queda claro es que no aprendimos nada después de la experiencia de Rusia.
Este mal momento empezó con la dirigencia. Se portaron como un reflejo de los políticos que destruyen el país: hubo dinero pero no lo invirtieron, lo robaron. Hubo recursos pero no se modificó el torneo interno para hacerlo competitivo; al contrario fue tan pobre que en los torneos internacionales el nombre de los clubes peruanos estuvo asociado a las derrotas y al mal juego. Hubo dinero como nunca antes y se cometió el peor crimen que se puede cometer en el mundo del fútbol: no se potenciaron las divisiones menores y cuatro años después siguen en la selección los mismos jugadores sin recambio, con lesiones, con más años y algunos con el lujo de la soberbia a partir de nada. En resumen, el comportamiento de la dirigencia fue tan grave que estuvo asociada a los delitos. El presidente de la FPF que fue a Rusia terminó en prisión. El actual presidente de la FPF está en lista de espera porque la impunidad tiene fecha de vencimiento.

A partir de este escenario se puede entender la reciente convocatoria de jugadores realizada por Ricardo Gareca. Más que futbolística es una convocatoria emocional que tiene el rótulo de una frase del director técnico: “Quiero tener a todos”. ¿Quiénes son todos? Básicamente el plantel que fue al Mundial Rusia 2018. Una especie de mensaje por el cual el hombre que los puso en una órbita a la cual estos jugadores no habrían llegado, ahora les dice que toca que le devuelvan la experiencia vivida, que ahora son ellos los que tiene que recurrir a la memoria colectiva para extraer de allí la entrega, la humildad y la concentración hoy perdidas. Eso explica la presencia de un jugador que en la lista está anotado como número 30, el último de la lista, Jefferson Farfán que ha sido convocado no por su aporte futbolístico —veterano con una rodilla remendada— sino como el propio Gareca lo ha dicho “Jefferson puede aportar desde su experiencia que tiene con nosotros, su apego con la selección, todo lo que siente por el país y la selección. No puedo asegurar que esté en el arranque o en el banco, porque son 30 jugadores. Le puede tocar a cualquiera y lo más importante es que esté acá”. Farfán concentra por su aporte al grupo antes que por una opción futbolística.

Haber llegado a una convocatoria emocional es una muestra de crisis. Aquí está el profesor diciéndoles a sus alumnos: “Muchachos, no se pueden haber olvidado de todo lo que les enseñé y les pido que, como antes, pongamos todo y salgamos de la oscuridad”. ¿Merece una crítica Gareca por esta decisión? No. Es lo único que le queda y es lo único que existe. La dirigencia no le dio un torneo interno bien planteado, le quitó el fútbol juvenil, esa cantera con la que el técnico hace milagros, no le dio el complejo deportivo para trabajar en un nivel realmente profesional y convirtieron la Nueva Videna en un negociado. ¿Qué puede hacer un entrenador en un escenario de esta naturaleza? Recurrir a lo único que tiene, volver al grupo de jugadores cuyas vidas profesionales cambiaron en el ciclo Gareca y decirles: “Ahora les toca a ustedes”.
Pero en este escenario asoma una duda. La propuesta de Gareca es una propuesta propia de Argentina, un país que, con todos los defectos que hoy padece, aún mantiene la cultura de los códigos y uno de ellos es el de la gratitud, uno de ellos es saber corresponder en su momento a quien te ayudó antes. Pero el plantel que tiene Gareca está formado por peruanos criados en los criterios de la informalidad, el conformismo y la criollada. Entonces, ¿sabrán corresponder al Maestro? ¿Entregarán todo en la cancha como entregaban cuando eran unos desconocidos? ¿Sabrán tener el nivel de concentración que hizo que con poca calidad futbolística se lograsen importantes resultados colectivos? Es una duda enorme que solo se terminará de aclarar cuando concluya la fecha triple. Es lamentable que ese espíritu de entrega de antes hoy solo esté reflejado en un jugador que no estuvo en el ciclo anterior: Gianluca Lapadula. Antes eran once con ese corazón y esa entrega del ítalo-peruano. ¿Volverán a ser otra vez esos once que dejaban el alma en la cancha?
El Perú parece ser un país enamorado del pasado. Cada vez que se avanza se retrocede. Cada vez que se tiene una experiencia para crecer, se opta por el retorno a lo que parecía superado. En el fútbol está pasando lo mismo. Al fin y al cabo, el fútbol es un reflejo de la vida. Pero también es verdad, que este país defectuoso suele tener la dignidad de dar batalla cuando hay que salir del hoyo. Hace cuatro años se comparaba al seleccionado nacional con el fenómeno de los emprendedores peruanos, los nobles trabajadores que dan batalla diaria para sacar adelante a sus familias. Esperemos de corazón que esta vez, estos seleccionados, recuerden esa experiencia y piensen en su dignidad, en su lugar en la historia y hagan algo que no es imposible porque ya lo han hecho: basta jugar como jugaban en la anterior eliminatoria.