La continuidad de Ricardo Gareca y de quienes trabajan con él en distintas instancias, no se reduce únicamente a una renovación. Gareca y junto a él, el director deportivo Juan Carlos Oblitas, no son personajes que trabajan porque necesitan un salario. Son hombres que han conocido el gran éxito deportivo como jugadores y tienen una trayectoria y un prestigio que les permite tomar decisiones a partir de aspectos más sustanciales que un cargo o un ingreso.
En esa línea nos estamos jugando más que una renovación de contratos. El valor central en juego es el futuro. Las dudas de Gareca deberían llevarlo a una reflexión. El lugar que hoy ocupa no es únicamente futbolístico. Cuando el año 2015 decidió asumir el trabajo en la selección peruana, ni él mismo podía intuir que terminaría trascendiendo más allá de lo deportivo. Ahora tiene la oportunidad de dejar un legado histórico que consistiría en refundar el fútbol peruano y establecer la estructura a seguir. Eso significaría ingresar a la Historia.
El aporte de Ricardo Gareca en el Perú va más allá del deporte. Llegó a trabajar asumiendo la pobreza del fútbol peruano y a instalar algo que parecía imposible: el respeto a la palabra Proceso para desarrollar un proyecto. Se convirtió en el único técnico en la historia del fútbol peruano en permanecer durante dos procesos clasificatorios a mundiales, en un país que eliminaba técnicos valiosos (o no) de un día para otro.

Con él ha ocurrido algo que está más allá de lo deportivo. Con su trabajo y sus mensajes, enseñó al país entero un concepto valiosísimo: el sentido de pertenencia. Es un valor que construye la identidad de un país y eso está más allá de un estadio.
Gareca enseñó, primero a los jugadores, que al vestir la camiseta peruana no se estaban poniendo una tela sino un símbolo. Estaban saliendo a una cancha a representar a millones de personas ante los ojos de otros países y estaban, entonces, obligados a poner esfuerzo, entrega, coraje y si llegaba la derrota debía ser luchando con dignidad. Y así empezó a ocurrir.
A la vez, Gareca le habló al país del sentido de pertenencia. Los peruanos debíamos aprender a querer lo nuestro y eso significaba dejar de vestir camisetas ajenas y usar la blanquirroja. Significaba también aprender a amar lo nuestro. En estos años, niños y abuelos, padres e hijos, visten con orgullo los colores peruanos. En las plazas, en los mercados, en las calles se viste la blanquirroja y camisetas con mensajes de peruanidad que todos visten no por moda sino porque aprendimos a querer lo que somos, a entender nuestra identidad. El sentido de pertenencia tan esencial para una sociedad.
El fútbol es una gran fuente de aprendizaje. En estos años un país desunido, violento, desorganizado, informal aprendió que esas taras se pueden superar. Que así como un muchachito de hogar humilde logra el éxito, en esa misma medida cada peruano puede tomar ejemplo para su vida diaria entendiendo que, aunque existan decenas de corruptos, el esfuerzo premia y el trabajo dignifica; que la derrota significa ir en busca de otra oportunidad y que compartir el símbolo de unos colores es compartir lo que somos. Que podemos avanzar, mal que bien.

Por eso la derrota ante Australia generó una tremenda desolación que Miguel Villegas, gran periodista de El Comercio, sintetizó en una frase precisa: “Es como si hubieran apagado al país”. ¿Por qué existió esa sensación? Porque en medio de las miserias políticas y la constante corrupción, los ciudadanos veníamos construyendo, a partir del fútbol, las lecciones que nos ayudan a tener la esperanza de que es posible ser mejores y que las miserias que nos envuelven se podrán superar para rescatar un país, el nuestro.
Por eso, el tema Ricardo Gareca no es un asunto exclusivamente futbolístico. Un amigo talentoso siempre, el gran periodista Jorge Barraza, ha escrito mirando a Perú desde fuera, desde Argentina: “Nada convoca más, nada alegra o entristece ni siquiera un diez por ciento de lo que ese fenómeno vinculado al sentido de pertenencia. Ninguna otra actividad es capaz de llevar cuarenta mil ciudadanos a Rusia o veinte mil a Qatar. En bonanza o en crisis”.
Sentido de pertenencia. La base para construir un país. Eso aprendimos en estos años a partir de la selección peruana de fútbol.
Entonces, como país necesitamos un fútbol sano y necesitamos el liderazgo de Gareca. Pero el argentino más querido en este país, también necesita reflexionar y vislumbrar que su camino está ligado a este país y tiene ahora la gran oportunidad de dejar un legado. Aportar al futuro de un país que lo idolatra.
Eso significa ir más allá de haber clasificado a un mundial. Si hoy se marcha las estadísticas dirán que condujo dos procesos eliminatorios; que en uno logró clasificar a Rusia 2018 y en el otro quedó fuera de Qatar 2022. Y ese balance no será justo. En cambio, si se queda en Perú, Gareca tiene la oportunidad de ingresar a la Historia más allá del fútbol porque podrá instalar la estructura que nos falta, podrá institucionalizar un sistema de trabajo integral para que, a futuro, nadie se atreva a mover esas bases. Entonces, por fin, despegará nuestro fútbol ahora que sabemos que sí podemos ser protagonistas. Y las lecciones para los niños estarán en cada día y, acaso, logremos, junto a otras tareas, construir mejores ciudadanos a partir del ejemplo que dan los triunfos nacidos del trabajo serio.
Esa es la oportunidad que debe evaluar Ricardo Gareca. Y es obligación nuestra exigir que le permitan desarrollar el plan de trabajo que ya está diseñado con el director deportivo Juan Carlos Oblitas, un hombre que entiende como pocos el valor del fútbol en términos de país.

El 2 de marzo de 2015, al asumir sus funciones, Ricardo Gareca se dirigió al país y dijo: «Es el desafío más importante de mi vida dentro de mi carrera deportiva. Acepto este desafío sabiendo que nos espera una tarea dura, difícil, complicada, no imposible de ninguna manera. No hay nada imposible cuando uno está unido, cuando uno tiene un objetivo claro. Como yo creo en el jugador peruano, acepté el encargo de dirigir la selección peruana. A partir de ahora soy uno más de ustedes».
Siete años después, aquí estamos en la hora crucial de dar un paso al futuro o ingresar al territorio de las sombras. El plan a desarrollar no es ninguna pócima mágica. Ya existe. Es retomar lo que se diseñó a partir de 2015. Trabajar con la atención puesta en las divisiones menores —como Argentina y Uruguay, esas canteras para el mundo—; que las divisiones menores no sean únicamente de las selecciones sino obligación de cada club profesional; la aplicación del Sistema de Licencias (que ya existe) para que cada club del torneo profesional cumpla con criterios básicos y erradicar así el cáncer de las ligas departamentales cuyos dirigentes tanto daño han hecho.

¿Se puede hacer? Sí. ¿Qué se necesita? Tener un liderazgo que encarna Ricardo Gareca. ¿Existe algún escollo? Sí, el actual presidente de la FPF, Agustín Lozano. ¿Existe alternativa? Sí, que Lozano se dedique a las funciones específicas de su cargo y entregue el manejo del fútbol al Comando de la Selección Peruana y a la Dirección Deportiva, para que asuman el manejo del fútbol juvenil, de las selecciones nacionales y la profesionalización del fútbol de primera división. Y, por supuesto, que el dinero del fútbol se use para el fútbol.
Hay un camino ya recorrido. No es posible tirar al tacho lo avanzado en estos siete años. Esta vez, Ricardo Gareca tiene el pedido de un país pero, a la vez, quizá deba reflexionar en que también tiene un reto: ahora le toca dar pelea para mantener lo que supo construir. Y dando esa pelea podrá tener para sí, y para los peruanos, un hermoso sueño posible: conquistar el futuro. Tiene respaldo: todos los peruanos de bien lo vamos a apoyar.