Mi primer mundial

Brasil campeón mundial en Chile, 1962.
Miguel Rubio del Valle
Lima. - 18 octubre 2020

Es como si me estuviera viendo a mí mismo. Estoy sentado en la terraza de la casa de mi abuelo, con pantalones cortos y el pelo cortado estilo alemán: la cabeza rapada, excepto un mechón delantero. A la izquierda, hay una jaula grande, de más de dos metros de altura, con un par de canarios que no dejan de cantar. A la derecha, en la parte más baja de la casa, un jardín de mediano tamaño, con una pileta. En el centro de la pileta, un niño desnudo sujeta a un gran pez que bota, día y noche, agua por su boca.  Extendiendo la vista, se descubre un jardín más grande, de forma cuadrada. La vida no tenía sobresaltos y todo salía como parecía estar previsto, salvo lo que estaba escuchando en una pequeña radio pegada a mi oreja: la narración del partido final del Campeonato Mundial de Fútbol, Chile 1962. Brasil se enfrentaba a Checoslovaquia.  El checo Masopust había abierto el marcador a los 15 minutos del primer tiempo, poniéndome los pelos de punta, porque sabía que el gran portero, Viliam Schrojf, era muy difícil de vencer. Yo sabía eso y, también, que Pelé, mi ídolo máximo, no jugaba, porque estaba lesionado desde el “cero a cero” de la primera ronda, precisamente contra Checoslovaquia.

A mis nueve años, ignoraba que Chile había conseguido ser sede, después de una amenaza sudamericana de boicot. Dos mundiales consecutivos en Europa —en Suiza y en Suecia— más la pretensión alemana de organizarlo por tercera vez seguida en el viejo continente, motivó la reacción americana. Ganó entonces Chile, a pesar de que Argentina también fue candidata. Se dice que el dirigente Carlos Ditborn inclinó la balanza a favor de su país, con un discurso pronunciado en cuatro idiomas. También se dice que su famosa frase, “porque nada tenemos, todo lo haremos”, fue decisiva. Lo cierto es que su discurso fue pronunciado solo en inglés y que las célebres palabras titularon una entrevista posterior, según él mismo admitió.

Sea como fuere, los chilenos superaron varias dificultades, entre las que se destaca un violento terremoto. Una de las más importantes fue, naturalmente, la económica. Pensando en eso, establecieron la sede de Arica, en la creencia de que el Perú eliminaría fácilmente a Colombia y los peruanos llenarían el estadio en los tres partidos que, por lo menos, le correspondía jugar. Ya se sabe que Colombia nos dejó tirando cintura y ocupó un inesperado lugar en Arica. Esa no fue la única sorpresa agradable que dieron los cafeteros. En su segundo encuentro, con la Unión Soviética, que tenía a Lev Yashin —el mejor arquero del mundo—, empató  4 a 4, después de ir perdiendo 4 a 1. Uno de los goles colombianos fue olímpico, marcado por el mediocampista Marco Coll.

Menciono estos datos, porque fue el único gol olímpico marcado hasta el momento y porque, a partir de entonces, los colombianos le dieron otro significado a las grandes letras blancas, CCCP, que aparecían en la camiseta roja de los soviéticos. Oficialmente, eran las siglas de Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Para nuestros vecinos del norte, el verdadero significado era Con Colombia Casi Perdemos.

Estos detalles son parte de un campeonato mundial realmente atípico, pero no son todos. El hecho de que Chile ocupara el tercer lugar es curioso, sobre todo sabiendo que llegó a los cuartos de final, después de un partido contra Italia, con una desastrosa actuación del árbitro británico Ken Aston, quien, paradójicamente, inventaría después las tarjetas amarilla y roja. El partido, si puede llamarse así, es conocido como “la batalla de Santiago”. Algún despistado identificó lo sucedido con el lema nacional chileno, “Por la razón o la fuerza”, pero una superficial investigación demuestra que eso no tiene nada que ver con la realidad.

La razón estuvo en un viaje a Santiago, de dos periodistas italianos, quienes, a su regreso, escribieron un artículo infamatorio contra el país chileno, afirmando que Santiago era una ciudad triste, atacada por todos los males posibles, como el analfabetismo y la prostitución. En su nota, afirmaban que en Santiago los teléfonos no funcionaban y que conseguir un taxi era “más difícil que encontrar un marido fiel”. Los diarios chilenos contraatacaron y se creó un clima bélico, que recrudeció al saberse que Chile e Italia se enfrentarían en la primera rueda. Un periódico local reprodujo el artículo un día antes del choque, enardeciendo al público que abarrotó el estadio. Para contrarrestar la atmósfera hostil, los jugadores italianos salieron al campo de juego con claveles blancos, como símbolo de paz, que arrojaron a las tribunas.  Su gesto no tuvo ningún resultado. Las flores fueron devueltas por la gente, en medio de una descomunal silbatina. En cuanto al partido, la gran cantidad de patadas no estuvieron dirigidas a la pelota, sino a las piernas de los futbolistas. Hubo también otro tipo de golpes, pero el árbitro, como si oyese llover. Declaró, después, que temía que la suspensión del partido provocara un motín. Tantos golpes casi hacen olvidar que Chile ganó 2 a 0.

Otra cosa insólita fue protagonizada por Garrincha, declarado el mejor jugador del torneo. En la semifinal, que Brasil ganó a Chile 4 a 2, fue expulsado por el árbitro peruano Arturo Yamasaki. No obstante, fue perdonado por la FIFA y alineó en la final contra Checoslovaquia. Como una muestra de justicia poética, fue su peor desempeño en todo el torneo.

Retorno a mis nueve años, para celebrar, un minuto después del inicio de mi angustia, el empate conseguido por Amarildo, el reemplazo de Pelé. Poco después, Vavá y Zito firmaron el 3 a 1, que me permitió dormir esa noche, con la tranquilidad de que todo seguía igual.

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