¿Ocurrió o lo inventé?

Cuando un hincha rememora se le confunde la realidad con la fantasía pero lo que cuenta es el fútbol.

Juan Seminario. Foto: Diario La Crónica.
Miguel Rubio del Valle
Lima. - 11 octubre 2020

La memoria —como alguna mujer que conocí— es engañosa. Todos podemos narrar experiencias que aparentemente hemos vivido, para descubrir después que son otra cosa que brotes nacidos de la fértil tierra de nuestra imaginación.

Mi recuerdo más persistente está relacionado con el fútbol. Más concretamente, con Juan Seminario. ‘El Loco’ no vino de Kriptón, como Superman, otro de mis héroes, sino de Piura. Se afincó en el Deportivo Municipal. Sus actuaciones fueron tan buenas, que lo contrataron en España. Es el único peruano, hasta el momento, convertido en el goleador de la Liga, o “Pichichi”, como llaman a la distinción por esas tierras europeas, superando a monstruos como Puskas y Di Stefano.

Hasta ahí, incluyendo su exitoso paso por la Fiorentina, en Italia, todo está documentado y no presenta ninguna dificultad. Lo que sigue, sin embargo, transita, como he dicho, por el resbaladizo camino de mis recuerdos. Pido entonces ayuda a quienes puedan confirmarlo o, en todo caso, me bajen del micro con un enérgico jalón de orejas, que más que perdonar, sabré agradecer.

En los primeros años de la década de los sesentas, el Zaragoza, equipo donde jugaban Seminario y Guillermo Delgado, hizo una gira por Sudamérica, que incluía, claro, al Perú. Se pactaron dos partidos en el Estadio Nacional. El primero, un domingo por la tarde. El segundo, un miércoles por la noche. Emocionado, ansioso por ver jugar a esa maravilla de la que hablaban tan elogiosamente los periódicos, me instalé desde temprano en el Coloso de José Díaz. Las tribunas estaban repletas. Recordemos que no se transmitían los encuentros por televisión y nadie quería quedarse sin ver a Seminario, ya por entonces un mítico futbolista. No obstante, ya sabemos que el hombre propone, la mujer dispone, el diablo mete la cola y todo lo descompone.

Al promediar el primer tiempo. ‘El Loco’ tuvo un roce con Carlos Bravo, marcador de punta del Muni y de la selección nacional. Se agarraron a golpes y el árbitro, Arturo Yamasaki, los expulsó a ambos. Yo creo que, aún planeando cuidadosamente los resultados, no se hubiera logrado un escándalo mayor. Los aficionados habían ido a ver a Seminario y no podían permitir que les jalen el mantel de una mesa servida. Las cosas pasaron de castaño a oscuro, hasta que un botellazo dio en la cabeza del correcto réferi, dejándolo sin sentido. Se dio por finalizada la primera etapa. Para la segunda, regresaron al campo tanto Seminario, como Bravo. Quien se quedó sin salir fue Yamasaki. Calmados los espectadores, el partido siguió su marcha. Terminó 4 a 1, con triunfo del equipo español.

No sé si es recuerdo o pura creación.  Tal vez expulsaron a los dos y mi deseo de ver al ‘Loco’ fuera tan intenso, que mi fantasía lo satisfizo. Honestamente no lo sé. Lo que sí puedo asegurar es que fue un duro golpe para mí ver goleada a mi selección. El siguiente partido, ya lo he dicho, se jugó el miércoles. No podía ir a verlo porque al día siguiente tenía clases. Le pedí permiso a mi mamá para escuchar por radio el primer tiempo. Cumplí, como chico obediente que era, y apagué el aparato 45 minutos después de haberlo encendido. Lo dejé 1 a 1. Al día siguiente, antes de siquiera oler mi café con leche y mi pan con mantequilla, tomé tembloroso el periódico. Perú había ganado por 3 goles a 1.

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