Osvaldo Piazza, ¡Que tiempos aquellos¡

El 2 de febrero de 1998, en su edición Nº 34, ONCE en su versión revista impresa entrevistó a Osvaldo Piazza que asumía el reto de dirigir a Universitario. Aquí una visita al archivo.

Umberto Jara
- 9 mayo 2021

Su porte denuncia de inmediato el lugar que tuvo en las canchas: back central. De la estirpe de los clásicos zagueros argenti­nos, fuertes y despiadados con la mar­ca. Ahora tiene la testa sin un solo ca­bello, una actitud desconfiada que a lo largo de la charla la cambia por una sonrisa amigable y concede más de una confesión. Osvaldo Piazza, nacido un 6 de abril de l947 y hoy feliz hombre acompañado de tres mujeres, una esposa y dos hijas que le iluminan los ojos con sólo nombrarlas.

Fue un magnífico defensa que bri­lló en el fútbol francés en la década del ’70 y logró varias copas de Francia con la camiseta del Saint Etienne. Esas actuaciones lo ubicaron como el hombre fijo para la defensa que el flaco Menotti empezó a armar para convertir al elenco argentino en Campeón Mundial de 1978. Pero ese hombre, que siempre tuvo muy en claro su orden de prioridades, no dudó en sacrificar la gloria por el amor.

“No haber estado en un Mundial es algo que me faltó, pero a cambio gané la familia que tengo desde hace 28 años. Menotti me fue a buscar a París y volvimos juntos en el mismo avión porque el viajó con la consigna de llevarme a la Argentina para integrarme a la selección, pero a los días de llegar se accidentó mi familia y decidí no jugar el Mundial porque mi mente estaba puesta en la salud de los míos”.

Fue una historia terrible, de esas que pone a prueba para siempre el temple de un hombre al momento de sumir sus responsabilidades.

“Venía de nacer mi segunda hija con cesárea, la habíamos hecho nacer 15 días antes porque mi viaje a la Argentina urgía, entonces la vi nacer y diez días después me fui con Menotti a Buenos Aires. Era toda la felicidad: nuevamente padre y seleccionado de mi país. Ya estando en Argentina me avisan que mi esposa manejando el auto de París a Cannes, se  desvaneció por la debilidad que tenía y en un peaje en lugar de frenar para dete­nerse y pagar el ticket, aceleró a fondo y se estre­lló. La bebé recién nacida se fracturó el crá­neo, mi nena ma­yor tuvo conmo­ción y mi esposa fractura de pel­vis, fractura de tobillo, fractura de pierna, frac­tura de brazo. Por eso es que no jugué el torneo Mundial. porque tuve que ocupar­me de la recuperación de mi familia, mi  mente estaba puesta en ellas y no podía concentrarme en nada más. La pesadilla pasó, le fortaleció la actitud ante los avatares de la vida y actualmente la hija mayor tiene 23 años y está en cuarto de medicina y la segunda, con sus 19 años se trajo de la patria de Descartes y Sartre el gusto por la filosofía. La señora que amó entonces al muchacho pintón sigue amando al pelado vozarrón de hoy día.

Siempre he luchado en mi vida. Mi padre, a través de siete hijos que tuvo, nos enseñó que la vida había que pelearla. Él fue un inmigrante de Udine que llegó a la Argentina con solo 12 años y nunca   tuvo un día de descanso. Claro, alguno dirá que se joda, quién te manda tener siete hijos, pero de todas maneras supo hacer frente a eso trabajando muy duramente y así también pagó las consecuencias porque se murió de un infarto en la calle a los 58 años, buscando siempre lo mejor para sus hijos.

Archivo ONCE. 03 de febrero de 1998.

Ese ejemplo quedó muy nítido para el tercero de Ios siete hermanos Piazza y antes de conocer el esfuerzo de las canchas, Osvaldo, todavía chiquilín, supo de la variedad  de oficios para ganar  el pan del día.

“Yo trabajé  de todo.  Fui zapatero, carnicero. escobero, hielero… me levantaba muy temprano repartía hielo en las casas. Cuando acabé el secundario estudié para dibujan­ te copista mientras   entrenaba en horarios muy forzados”.

Animado en la charla de mediodía, el técnico crema se calza la gorra, despliega su sonrisa serena y cuenta que lo mejor de los años duros son las lecciones que dejan para siempre.

“De esos añ0s de esfuerzo me ha quedado pensar siempre lo que voy a hacer, tener un punto de reflexión en todo. También me ha quedado el fastidio   cuando veo abundancia en la mesa, aunque sea bien merecida, bien ganada, porque pienso en los otros, en los que no tienen, en aquellos a los que les falta. No puedo evitar ver los dos lados. En Francia hubo vueltas olímpicas que yo no quise dar, no festejé porque pensaba en el rival, yo estaba alegre, pero tenía un pensamiento para el derrotado que no tenía esa alegría. Por ahí alguno no cree, pero que le voy a hacer, soy así”.

Todo hombre se da a conocer por sus gestos. Y Piazza no es su excepción a esa regla. Ahora, cuando ya la vida le ha entregado el sabor del éxito, la calma económica, la tranquilidad familiar, el luchador que habita en él no ha olvidado que el buen estilo de vivir consiste en saber compartir. Y eso se ve con su actitud con este grupo de muchachos que ahora dirige y que tiene sobre sí el peso de sacar adelante a Universitario de Deportes. La voz de estímulo, la preocupación por lo personal, la necesidad de convencerlos de sus propias capacidades y su explicito deseo de hacer obra.

“Quiero dejar algo, los hombres pasan y los sistemas quedan y eso lo que deseo hacer en Universitario. Quisiera que quede una estructura para la institución. Si los jugadores peruanos son hábiles, ¿por qué los clubes no pueden vender, como hacen otros países, jugadores de un millón, de dos millones de dólares? Algo pasa, quiere decir que esta fallando la organización, entonces trabajemos en eso”. Pero sabe que su proyecto depende de un título, de una buena campaña que tanto anhela la hinchada crema y no le huye al tema.

“Soy el único responsable de todo, de la elección de jugadores, de la campaña que debemos hacer y de las decisiones que tomo como responsable del equipo. No oculto que Sporting Cristal y Alianza están mejor armados que nosotros, aparte del respaldo que tienen: Cristal de haber sido finalista de la Copa Libertadores y Alianza siendo campeón después de 18 años. ¿Quieren mejor respaldo que eso? Denme a mí eres respaldo porque voy a estar mucho más tranquilo. Pero bueno, no lo tengo, se trata de hacerle frente las cosas y yo no tengo temor de salir a pelear y quiero convencer a mis muchachos de que eso es posible”.

Mire usted las fotos, lector. Ese muchacho de pelo largo que supo defender ilusiones en 90 minutos, es el mismo que hoy protege del sol su pelad con una gorra. ¿Cree usted que son distintos? No se deje guiar por las apariencias. Los contenidos con los que valen. Es el mismo Osvaldo Piazza. Un puñado de años de distancia, pero la misma persona.

El hombre que cree en el esfuerzo y en la línea de conducta para llegar a un buen lugar. Por ejemplo, el título de un campeonato. Si por ahí no se logra, ojalá no olviden lo importante: este hombre ha llegado para sembrar.

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