Panenka: “Me siento preso de aquel penalti”

El 20 de junio de 1976 alguien se atrevió a hacer algo insólito. Panenka tiene hoy 72 años y es presidente honorífico del Bohemians, el club alternativo de Praga. El bigote más revolucionario del fútbol ha hablado.

Aitor Lagunas
España. - 21 junio 2021

¿Quién le animó a entrar en el fútbol? Vivía cerca del estadio del Bohemians, ¿no?

Mi padre era muy aficionado al fútbol. Lamentablemente, él nunca pudo jugar porque se dedicaba a las carreras de motos. Tuvo un accidente y desde entonces cojeaba. Así que sólo podía disfrutar del fútbol como espectador. Cuando era pequeño, mi padre me llevaba a ver partidos: incluso seis o siete en un mismo fin de semana. Luego, cuando empecé a entrenar, siempre supe que mi padre estaba ahí. Por eso he llegado a donde he llegado. Cuando no tenía ganas de entrenar, acudía por mi padre. Y aunque había mejores jugadores que yo, el esfuerzo me hizo prevalecer. Mi padre me acompañó a todos los entrenamientos. Incluso a uno del que yo no tenía conocimiento. Él acudió al campo y al no verme volvió a casa y me encontró allí. Me dio semejante bofetada que nunca me atreví a explicarle que no me perdí aquel entrenamiento por pereza, sino por desconocimiento.

¿Cómo se recuerda de joven? ¿Obediente, alternativo, rebelde?
Fui un chico tranquilo, flemático. Para mí, todo giraba en torno al fútbol. El resto de la vida estaba subordinada al balón.

¿Y cómo se entiende que una persona tan flemática haya pasado a la historia por un gesto de rebeldía?
No fue en absoluto un acto de rebeldía. Siempre concebí el fútbol como una alegría para los espectadores, un espectáculo que proporcionase temas de conversación en los bares. No fue un gesto que buscase la rebeldía sino la diversión.

¿Puede alguien en una situación tan comprometida pensar en divertirse?

El entrenador y todo el mundo sabían cómo iba a tirarlo. Tal vez fue una sorpresa en el extranjero. La única persona que me dijo que en un partido tan serio no me debía atrever fue Ivo Viktor, el portero. Éramos compañeros de cuarto y me dijo que si me atrevía a tirar el penalti a mi manera no me dejaría volver a entrar en la habitación. Por fortuna, salió bien.

De acuerdo, fue un joven obsesionado por el fútbol en la Checoslovaquia socialista. ¿Qué balance hace de aquella época?

Las condiciones eran bastante buenas. Nos podíamos concentrar plenamente en el deporte, no teníamos que ir a trabajar. Entrenábamos por las mañanas y por las tardes. Otra ventaja: podíamos viajar a Occidente, algo muy complicado para el resto de la población.


“En Checoslovaquia, el futbolista no podía fumar ni beber ni mantener relaciones sexuales tres días antes de cada partido. Entrenábamos cinco horas al día y no teníamos jornada libre”


¿Qué implicaba cruzar el Telón de Acero?

Cada jugador tenía una lista de cosas que tenía que comprar para su familia. La mayoría era ropa, vaqueros y cosas que tuvieran color. Aquí todo era gris, no sólo la ropa, también la ciudad, el paisaje… La gente ansiaba colorido. Otros jugadores traían oro. Aquí no podías comprar divisas: francos, marcos… Así que teníamos que viajar con mercancías checoslovacas, sobre todo cristal de Bohemia, e intentar venderlas en destino para poder comprar los vaqueros. Siempre viajábamos con una maleta llena de lámparas, figuritas de cristal y cosas así, con los riesgos que implican unos materiales tan frágiles. Una vez llevamos una araña de seis brazos y hubo que desmontarla. Cuando la volvimos a montar sólo tenía cinco, pero se vendió igual.

¿Qué impacto tuvo la revolución de 1968 sobre el fútbol y sobre usted mismo?

Me acuerdo perfectamente, porque entonces se estaba construyendo la tribuna del estadio del Bohemians. Cuando entraron los soviéticos, se prohibieron las competiciones y no se pudo jugar, solo se entrenaba. Pero al margen de eso no hubo más impacto.

Después de aquello, ¿los partidos contra la URSS tuvieron un significado especial?

En el fútbol no era tanto como en el hockey, un deporte más de cuerpo a cuerpo donde los enfrentamientos ante la URSS eran muy duros. Pero sí, tal vez nosotros también teníamos ciertas ganas de revancha, de ganarles fuera como fuera. Había piques pero nunca superaban la frontera de lo deportivo. Sobre todo era el público el que calentaba los partidos y los jugadores actuábamos un poco espoleados por sus gritos. En aquella época todavía estábamos en el socialismo, nadie se atrevía a destacar o gritar algo contra la URSS. Nadie se posicionaba a título personal, puesto que podía sufrir represalias. Pero nosotros conocíamos a los jugadores soviéticos personalmente. Eran muy agradables, deportistas como nosotros, y no tenían ninguna culpa de lo que hubieran decidido sus dirigentes en el Kremlin. Nos llevábamos muy bien.

¿Y con los alemanes? ¿Permanecía fresco el recuerdo de la invasión de la guerra?
Con la RFA no había ninguna rivalidad. Futbolísticamente era un país muy avanzado y lo que nos imponía era respeto.

¿Cómo se cuidaban en su época los futbolistas? ¿Usted se cuidó?

En Checoslovaquia la vida del futbolista estaba bastante restringida: teníamos prohibido fumar, beber alcohol, comer fuerte y practicar sexo desde tres días antes de cada partido. Recuerdo una vez, cuando tenía 31 años, ya casi al final de mi carrera, que fui a un restaurante con mi mujer y mis hijos. Me pedí una cerveza, pero me vio el entrenador y me multaron con 2.000 coronas: fue la cerveza más cara de mi vida, y eso que ni siquiera me la terminé. Posteriormente, cuando salí a Austria me llevé un impacto, porque sólo te exigían el cien por ciento cuando estabas dentro del terreno de juego; lo que sucediera fuera daba un poco lo mismo. Pero en Checoslovaquia los entrenadores tenían un poder ilimitado sobre los futbolistas.

¿Había en el fútbol checoslovaco informantes a la policía política, como en la República Democrática Alemana?

¡Buff! [Resopla y mira hacia el techo. Medita la respuesta] Probablemente existían informadores entre los jugadores, que mantenían al tanto al entrenador sobre lo que estaba pasando en el equipo. De todas maneras, eso sigue ocurriendo hoy en los vestuarios: cada técnico siempre tiene una persona de especial confianza entre la plantilla, que le provee de información sobre los jugadores. Pero entonces el entrenador siempre sabía qué jugador había bebido cerveza la noche anterior.

Entonces, ¿no había vigilancia política?

El único control político se daba cuando salíamos a Occidente. Siempre nos acompañaba una persona del Partido, que nadie conocía, y controlaba qué hacían los futbolistas. Por ejemplo, en Alemania había muchos emigrantes checoslovacos y estos funcionarios vigilaban que no entrásemos demasiado en contacto con esos círculos. Supongo que luego redactarían sus informes y ese tipo de cosas.

¿Qué diferencias futbolísticas se percibían entre Checoslovaquia y el extranjero?

Los jugadores occidentales tenían mejores condiciones. Eran más rápidos y mejor preparados para la victoria. El peligro de los del Este era la capacidad de improvisar, y  so era lo que temían los occidentales.

¿Capacidad de improvisar? La imagen del fútbol oriental era la de un fútbol muy ordenado, rígido, casi marcial, en el que el futbolista tenía poco margen para la fantasía. Y por eso llamaba la atención el gesto de Panenka.

Bueno, es que tengo que puntualizar: era el fútbol checoslovaco el más dado a la improvisación. Es cierto que, por ejemplo, el de la RDA estaba muy basado en la preparación física y la fuerza.

¿Entonces es cierto que Checoslovaquia era el Brasil del otro lado del Telón de Acero?

Bueno, hasta tal punto quizá no, pero los checos tenemos una mentalidad de artista, de reacción rápida, de improvisación, de la que el alemán, por ejemplo, carece.

¿Y las diferencias entre el fútbol que usted jugó y el que ve hoy en día? Con sus capacidades, ¿se vería jugando en la élite?

Objetivamente, creo que no podría jugar al fútbol de primer nivel si hoy fuera joven. Ahora se juega más rápido y más agresivo. Y yo nunca he sido ni rápido ni agresivo; he sido creativo. En mi época, éramos ocho creadores y dos peleones en mi equipo. Si no tienes jugadores creativos a tu alrededor con los que compartir una misma filosofía para alcanzar la portería contraria, no haces nada. Tendría problemas sobre
todo en la liga checa, cada vez más física y con problemas serios en el juego combinado. Además, los mejores futbolistas checos emigran en cuanto despuntan. Los que se quedan aquí apenas pueden aprender en primera persona.


“Todos los jugadores podían ser reclutados por el Dukla, el club del ejército, durante el servicio militar. Yo me libré de la mili por razones médicas, y estoy seguro de que no me perdí nada interesante”


¿Ha perjudicado al fútbol el divorcio de terciopelo entre Chequia y Eslovaquia? ¿Juntas podrían ser mejores?

Sí, la separación ha castigado mucho nuestro nivel futbolístico. Las selecciones tienen menos de donde escoger y en las ligas el empobrecimiento en cuanto a calidad de los equipos, aficionados en las gradas y rivalidad entre clubes es evidente. De hecho, como presidente del Bohemians puedo revelar que han existido intentos recientes de unir ambas ligas pero desde el punto de vista legislativo no ha sido posible porque sería difícil dirimir el acceso a las competiciones europeas. Todos estamos de acuerdo en que unir las dos ligas sería lo mejor que le podría pasar a nuestros respectivos deportes, tanto en Chequia como en Eslovaquia, pero al mismo tiempo todos somos conscientes de que sería imposible realizar esa idea. ¿Cómo valorar quién es el campeón de Chequia y quién el de Eslovaquia? Es casi una utopía.

¿Cómo se llevaban los checos y los eslovacos en el seno de la selección?

Siempre había una rivalidad entre los checos y los eslovacos, pero siempre más por culpa de ellos, que son más nacionalistas. Siempre estaban tratando de destacar que ran eslovacos, que eran distintos, y de hecho cuando nos sentábamos a comer siempre estábamos separados: checos en una mesa, eslovacos en otra. La Eurocopa del 76 fue una excepción. El entrenador, Vaclav Jezek, fue capaz de crear un equipo en el que nos llevábamos todos bien, mezclados, y esa camaradería se transmitió luego al campo.

¿Cómo valora su carrera, en la que apenas ganó títulos? ¿Los echa en falta?

Es cierto, no tuve demasiados títulos. Jugué en el Bohemians durante 23 años, y en ese tiempo sólo pudimos ser terceros dos veces. Y justo cuando me fui a jugar a Austria, el Bohemians se proclamó campeón de Checoslovaquia por primera y única vez de la historia. Eso sí me dio mucha rabia. Pero de alguna manera me saqué la espina al ganar dos ligas con el Rapid.

¿Imprime cierto carácter especial a aficionados y jugadores el pertenecer a un equipo como el Bohemians, siempre a la sombra de los dos grandes (Slavia y Sparta), y que apenas gana títulos?

Está claro que somos los terceros de Praga, nunca llegaremos a los niveles de dinero y aficionados de Slavia y Sparta. Lo que nos caracteriza como club es que somos una familia: entre aficionados, dirigentes y jugadores las relaciones son muy directas, muy cálidas.

¿La familia del Bohemians está ahora un poco molesta por haber sido desalojada de su hogar?

Sí, bastante, porque el estadio tiene una capacidad para 7.500 personas y de promedio venían 7.000. Ahora, por seguidad la ley nos obliga a jugar en el estadio del Slavia y sólo acuden 3.000 o 3.500 espectadores al estadio más moderno de la República Checa, con asiento para 20.000.

¿Tenía entonces algún otro significado el Bohemians, por ejemplo frente al Dukla?

El Dukla era el equipo del ejército. Todos los jugadores pasaban por sus filas cuando hacían la mili, y cuando eran buenos el Dukla trataba de retenerlos con variadas artimañas. Por eso no estaba muy bien visto por el resto de los equipos.


Entonces, ¿usted jugó en el Dukla durante su servicio militar?


No, porque yo no hice la mili: razones médicas. Y estoy seguro de que no me perdí nada interesante. [ríe]

¿Y cree que si la hubiera hecho el Dukla habría tratado de ficharle?

Probablemente, en términos futbolísticos, hubiera sido mejor para mí porque tenía mejores jugadores y mayores posibilidades de disputar títulos, incluso en la escena internacional. Pero por otro lado no me arrepiento ya que he tenido una carrera feliz y completa en el Bohemians.

¿Cómo funcionaba el mercado de fichajes en el socialismo?

No existían los traspasos: el jugador pedía permiso y si el club accedía, le daba vía libre. Lo cual, evidentemente, nunca sucedía con los mejores jugadores. Con 22 años recibí una oferta del Sparta y me dijeron que me dejarían ir a cualquier equipo menos al Sparta. Temporadas después fue el Slavia el que vino a por mí y volvieron a utilizar esa misma excusa aplicada al Slavia.

¿Y del extranjero?

En mi juventud era imposible salir a jugar fuera. Sólo tras el éxito de 1976, llegó una oleada de peticiones internacionales y finalmente permitieron emigrar a todos aquellos que superaran los 32 años de edad y más de 45 partidos con la selección.

¿Tanto dinero y ruido mediático ha cambiado el fútbol y sobre todo al futbolista?

Puede ser, pero en el fondo no hay mucha diferencia porque los jugadores, antes y ahora, lo que quieren es divertir al público. La gente necesita héroes, ídolos, y creo que antes éramos igual de estrellas que ahora. Es la afición la que convierte a una persona normal en un ídolo.

Usted lo ha sido, ¿lo sigue siendo?

[Ríe] Sí, soy consciente de que soy una persona conocida, la gente me para en la calle, quiere hablar conmigo. A veces es agradable, otras veces se hace pesado pero siempre he intentado hablar con todos, ya sean aficionados o periodistas. En el fondo, ellos prolongan mi fama.

¿Qué ídolos tuvo usted?

Cuando era niño leí un artículo sobre la manera de jugar del brasileño Didi, del Real Madrid. Nunca llegué a conocerle y ni siquiera le vi jugar, pero su nombre me sedujo tanto que lo idolatré ciegamente. Luego ya, más en serio, fue Masopust. Tenía un tipo de juego parecido al mío, que me sirvió de ejemplo.

Comenzó a tirar el penalti así unos años antes del Euro’76, ¿verdad?

Sí, como mínimo dos años. Solía quedarme con el portero, Zdenek Hruska, después del entrenamiento. Nos apostábamos cosas en tandas de penaltis (cervezas, chocolate) y él era tan bueno que casi siempre me ganaba. Una vez por la noche pensé en ese tiro centrado y flojo, que sorprendería al portero casi tirado a un lado.

Y entonces empezó en partidos oficiales también…

Primero en amistosos, luego en partidos de liga y después ya con la selección. La primera vez fue en esa final y luego creo que volví a utilizarlo a los tres años en Bratislava, contra Francia. Allí fue un poco más difícil porque la prensa francesa ya me catalogaba como el ‘poeta del fútbol’. Pero el portero parece que no leía los diarios: mi disparo le sorprendió.

En cierta medida, le benefició ser de un país ocultado por el Telón de Acero, ¿no?

¡Seguro! Hoy en día sería mucho más difícil jugar con el factor sorpresa. Pero también eo que hay muchos jugadores que me quieren imitar, que lo hacen bien, y cuando veo una tanda de penaltis, no me fijo en quién los tira sino cómo se comportan los porteros. Y tal y como se tiran, creo que mi método sería exitoso en un 90% de los casos. No se trata simplemente de mandar el balón al centro de la portería sino de convencer al portero de que la vas a poner en un lado, con gestos, con miradas, y luego sorprenderle.

Exacto. ¿Qué factor define este tipo de penalti? ¿La capacidad de sorprender? ¿La autoconfianza del que dispara?

Sí, lo más importante es saber convencer al portero de que la vas a tirar a otro lado. También es tener el ánimo de hacerlo en ese momento: es más fácil hacerlo en partidos que vas ganando que cuando te estás jugando un campeonato de Europa, lógicamente. Pero por otro lado, en los partidos en que la situación está muy tensa o se va perdiendo, si el que tira tiene la idea clara tiene más posibilidades de éxito puesto que el portero no suele imaginar que en tales circunstancias se apueste por mi disparo.

¿Usted nunca se planteó tirar el penalti contra la RFA a romper?

No, jamás se me pasó por la cabeza otra solución. Dos meses antes ya sabía que iba a pasar todo eso. No sé por qué pero es así.


“Si hubiera fallado aquel penalti, no me habrían dejado seguir en el fútbol. Incluso supe que el régimen comunista me habría acusado de deshonra a la patria. Y ahora sería tornero”


O sea, ¿ya sabía que jugaría la final y que se resolvería con una tanda de penalties? 

Bueno, pensaba que sería contra Holanda, pero sí estaba convencido de que llegaríamos a los penaltis, que yo dispararía el definitivo y estaba seguro al mil por ciento de marcarlo con mi método. Algunas veces, cuando se tiene fe en algo llegas a convertirlo en realidad.

¿Pidió ser el último de la tanda?

Sí, me pedí el quinto disparo. Fue un partido en el que sucedieron muchas cosas por azar. Si la RFA no hubiera marcado justo antes de acabarse el partido no habríamos llegado a los penaltis. Luego, todos marcaron sus lanzamientos menos el que me precedió a mí, fallado por Hoeness. Todo lo que iba pasando reforzaba mis sensaciones previas.

Pelé dijo que solo un loco o un genio podía lanzar un penalti así. ¿No se le pasó por la cabeza cómo podría quedar si fallaba y Checoslovaquia perdía?

[Ríe] No se me pasó por la cabeza porque estaba convencido al mil por ciento. Después del partido, cuando la gente me preguntaba qué habría pasado si no hubiera marcado, dije que me hubiera metido a tornero, que es mi profesión de formación, porque no creo que hubiera podido continuar jugando al fútbol. Y luego me llegaron rumores de que si no hubiera acertado podría haberse interpretado como una deshonra al régimen y a la patria y podría haber padecido represalias más fuertes. Sobre las palabras de Pelé, no me considero ni loco ni genio. Mucha gente me comenta que soy conocido en todo el mundo por haber inventado un penalti pero bueno, también Thomas Alva Edison es famoso por haber inventado la bombilla.

¿Cada vez que alguien tira un penalti ‘a lo Panenka’ se siente homenajeado?

Claro, me alegra mucho que esta idea siga viva. Me siento un poco orgulloso, incluso, cuando el periodista no se olvida de mencionar que se trata de un penalti ‘a lo Panenka’.

No piensa pedir derechos de autor, ¿no?

[Ríe] No, claro, es una creación tan inmaterial… Pero me alegro mucho de haber creado una pequeña aportación a la historia del fútbol.

¿Cómo valora esa lectura de su penalti como un símbolo del riesgo innovador y del deseo de desmarcarse de la norma?

Claro, también tiene esa lectura. Estoy muy orgulloso de ese penalti, pero por otro lado también siento celos. Toda mi carrera traté de hacer un fútbol sugerente para el espectador y creo que mi carrera futbolística se ha visto demasiado reducida a ese penalti.

¿Se ve un poco prisionero de su penalti?

Exactamente.

Pero le ayudó para fichar por el Rapid de Viena. ¿Cómo vivió el cambio?

La experiencia fue muy buena, a nivel profesional y personal. Hasta entonces, entrenaba dos veces al día, dos horas y media cada vez, sin días de descanso y concentraciones fuera. Casi no vi crecer a mis hijos. En Austria, en cambio, se entrenaba, una hora y media al día, más intensivo y tenía una jornada libre. Pude disfrutar de mi familia. Y además, sin restricciones. Recuerdo mi primer entrenamiento: divisé una nube de humo y no podía imaginar que debajo estaban mis compañeros de equipo fumando.

Finalmente vuelve a Praga y se convierte en presidente del Bohemians.
 
Empecé como asistente de porteros, luego como colaborador del entrenador y ahora actúo como presidente honorífico. Los socios más fieles se unieron y recolectaron el dinero suficiente para enjugar las deudas más urgentes. Es el club en el que crecí y le debía eso.

¿Usted fue asistente de porteros?

Sí, comencé mi colaboración técnica con el Bohemians así. Pues suena irónico, porque muchos porteros se toman mal encajar un penalti ‘a lo Panenka’.

¿Se considera uno de los jugadores más odiados por el gremio de los arqueros?

No, espero que no se lo tomen así [ríe]. En toda mi carrera, mis mejores amigos siempre fueron los porteros. Con ellos compartía confidencias.

¿Ha vuelto a ver a Sepp Maier?

Me he visto un par de veces después, nos hemos saludado sin problemas y dentro de poco la embajada alemana en Praga nos reunirá un acto conjunto. Es verdad que en alguna entrevista he detectado que no le hace ninguna gracia que le recuerden el penalti de Belgrado. Lo que le pudo sentar peor es que la prensa dijera después que había puesto en ridículo a Maier, cuando no era mi intención. Solo era el camino más sencillo que se me ocurrió para llegar al gol.

Improvisación y espectáculo. ¿Tienen lugar en el fútbol mercantilizado de hoy?

Sí, eso ha sido, es y será siempre así. Siempre habrá futbolistas excepcionales.

¿Y qué futbolistas destacan hoy?

Messi y Ronaldo son los futbolistas más excepcionales que hay en la actualidad. Los dos saben reaccionar muy rápido ante una situación, no sólo tienen la idea sino que además poseen la técnica para realizarla. Ambos cumplen con lo que un entrenador me decía: “el balón es tu amigo, no tu enemigo”.

Tomado de Panenka.

/ MÁS INFORMACIÓN
Ver nota completa

La increíble historia de la postulación de Agustín Lozano a la Liga de Lambayeque

Ver nota completa

Sergio Ramos, se fue del Real Madrid uno de los mejores defensores de la historia