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Perú sigue siendo el país de las oportunidades perdidas

Empate a uno con Uruguay jugando como locales. Un triunfo que era posible y que se desvaneció por errores propios y no por mérito de un rival que no tuvo vergüenza de refugiarse en su área.

Umberto Jara
Lima - 3 septiembre 2021

Existe un espacio en el cual los comentarios se agotan. Unos dirán que Ricardo Gareca debió mantener el equipo de la Copa América y no incluir al Orejas Flores, que Paolo Guerrero debió jugar 60 minutos porque su estado físico no da para más, que los cambios tardaron demasiado, que Cueva no debió ser sustituido. Se podrá decir que Gareca se envolvió en la nostalgia y alineó, del mediocampo hacia arriba, a quienes le habían respondido en las Eliminatorias Rusia 2018. Es una manera de ver las cosas cuando el partido ha concluido y el empate resulta en pérdida de dos puntos tan necesarios como un balón de oxigeno en tiempos de pandemia.

Guerrero y Gimenéz. Pelota dividida cuando se necesitaba ser dueños del partido.

Pero hay una verdad inobjetable. El técnico hace su tarea y en el campo son los jugadores a quienes les toca hacer lo suyo. Y entonces, es ahí cuando los comentarios se agotan porque Gareca no tiene ninguna responsabilidad en que Anderson Santamaría pretenda ser Franz Beckenbauer o Julio Meléndez o Fabio Cannavaro y pretenda salir jugando allí donde le correspondía reventar un balón hacia donde fuese. Tampoco el técnico puede ser responsable de la opaca y apenas voluntariosa noche de André Carrillo, o ese disparo defectuoso de Flores que no supo convertir en gol , o el tercer enganche de Cueva en una zona minada de piernas rivales o el disparo débil de Yotún cuando correspondía encender un misil. ¿Qué puede hacer un técnico si los que salen a la cancha desperdician las oportunidades?

El fútbol no es una materia que los historiadores sigan pero en noches como esta la frase aquella “Perú, el país de las oportunidades perdidas” resuena con tristeza en las tribunas que volvieron a recibir a los hinchas y en los televisores que se encendieron con optimismo. En el gol de Tapia recibimos la ayuda de la casualidad en ese rebote de balón en el pecho del central Giménez que dejó sin posibilidades al arquero Muslera. Fue la fortuna alcanzando una ayuda a la blanquirroja. Fue la fortuna entregando una alegría a un país en estos días demasiado tenso y envuelto en la incertidumbre. Pero no sabemos cuidar los hallazgos. Nos cuesta mantener la sonrisa. Apenas cinco minutos duró ese gol de ventaja en una noche en que necesitábamos los tres puntos que hoy cuestan mucho más que la cotización del dólar. En un instante, en una jugada tonta, en un partido que necesitaba de centrales recios que maltraten a la pelota y a los rivales, justo en una noche así, al muchacho Santamaría se le ocurre ponerse un frac alquilado que no era de su talla y adiós alegría.

Advíncula y un retrato: nos cuesta superar los obstáculos.

De qué sirven los comentarios si a la cancha salen los jugadores y nadie más. Pueden existir todas las estrategias imaginables, pueden estudiarse todos los sistemas, pueden dar su aliento todos los corazones pero si ellos, los que juegan, no terminan de lograr la madurez necesaria, somos eso que otros han dicho antes: un país adolescente, un país de oportunidades perdidas.

La noche fría se llevó el oxígeno de dos puntos y ahora estamos en cuidados intensivos. 

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