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Perú, volver a empezar desde la oscuridad del sótano

Sin orden, sin coraje, sin sacrificio. Jugadores mundialistas jugando como principiantes. Las razones de la crisis en el arranque de Qatar 2022.

Umberto Jara
Lima - 22 noviembre 2020

La actual debacle de la selección peruana no pasa por un sistema de juego o por algunos errores puntuales del comando técnico. Desde nuestro punto de vista, el problema principal está en la actitud y en la mentalidad de los jugadores. Cuando a mitad del segundo tiempo ante Argentina, Ricardo Gareca, con el notorio gesto de fastidio que ni la mascarilla logró atenuar, se sentó en el banco y no volvió a pararse, estaba expresando una frustración inmensa que tiene una explicación: una de las tareas más complicadas que existen es la de trabajar con peruanos.

Gareca, el enojo del técnico que ni la mascarilla logró disimular. Foto TyC Sports.

Este es un país en cuyo ADN no existe el sentido profesional y tampoco existe la cultura del éxito. Un amigo muy querido de quien admiro su inteligencia y su mirada serena ante los conflictos, me dijo antes del inicio de las Eliminatorias Qatar 2022 que el problema principal que iba a afrontar Gareca sería “gestionar el éxito”. Veníamos de clasificar a un mundial después de 36 años, se había generado un fenómeno social y los jugadores pasaron a gozar de inmenso aprecio. Sus carreras repuntaron y casi todos juegan en ligas extranjeras, si bien en equipos menores pero están en el exterior. También hacen disparates y consiguen el perdón inmediato. Un simple ejemplo: la repercusión del affaire Vargas y Tilsa fue tremendo pero el de Advíncula y Sheyla fue tomado con humor y hubo tanta condescendencia que, incluso, nadie ha puntualizado la parte de responsabilidad del lateral en tres derrotas.

En resumen, en este país el éxito es muy difícil de gestionar porque cuando los logros llegan también asoman los peligrosos artificios del dinero y la fama que generan comodidad y a nadie le interesa seguir haciendo el esfuerzo para mantener y mejorar lo conseguido. En la cultura peruana no existe la idea del éxito sostenido porque eso implica la exigencia de seguir con el sacrificio continuo. Un técnico con la sabiduría de Marcelo Bielsa lo ha condensado de este modo: “Ser el mejor te quita felicidad, te quita horas con tu mujer, con tus amigos, te quita fiesta y diversión. Ustedes, los jugadores, tienen un problema muy, muy grande: tienen dinero pero no tienen tiempo para disfrutar de lo que el dinero te da en términos de felicidad. Eso yo ya lo sé porque lo he visto infinidad de veces. El éxito te quita la posibilidad de ser feliz. También es una elección. Pero es importante que el que tiene 20 años sepa eso”.

Es cierto, existe el derecho a elegir: “No quiero ser el mejor, prefiero ser feliz”. Pero si alguien elige esa ruta debe tener la honestidad de anunciar que renuncia a la selección porque cuando alguien quiere ser “feliz” y a la vez “jugar” por el seleccionado sin coraje ni convicción, está dañando la felicidad de millones de peruanos que tienen la ilusión de los triunfos.

Un país proclive al funesto corto plazo no soporta los procesos. Han pasado apenas cinco años desde que Juan Carlos Oblitas, como director deportivo, y Ricardo Gareca, como director técnico, pusieron en marcha un proceso que, en ese momento, tenía como meta llegar a un Mundial recién en 2022. La clasificación apareció antes y en lugar de aprovechar esa ola tenemos una dirigencia dedicada a la corrupción en la FPF y jugadores que, en su mayoría, han decidido dormirse en sus laureles.

Luis Advíncula, el lateral que se niega a evolucionar. Foto: Exitosa

El futbolista peruano no llega a interiorizar la necesidad de un proceso a largo plazo que irá permitiendo sumar logros a lo largo del camino. Su pensamiento va por otro lado. La mayoría de futbolistas entiende al revés: si logra algo piensa que le corresponde tener un privilegio; si consigue un lugar importante siente que puede hacer lo que guste porque “lo necesitan”; si logra dinero y fama piensa que tiene derecho a ser “engreído”.

Y hay algo peor: el conformismo nacional, esa deplorable costumbre que impide avanzar. La generación que fue al Mundial Rusia 2018 logró comprender que era necesario subir un escalón más alto: jugar en el exterior y tener ingresos importantes. Han llegado a esa meta cumpliendo los 25 a 28 años. Tienen buenas cuentas bancarias pero empiezan a mostrar que no les interesa la gloria y el prestigio. ¿Alguien pide un ejemplo? André Carrillo llegó a la Premier League el 2017 y se fue de ella al año siguiente rumbo a Arabia a los 27 años. Una decisión que un seleccionado argentino o uruguayo no tomaría. A esas ligas extrañas se va cuando llega el momento de terminar una carrera. Cuando alguien no tiene ambición deportiva elige irse al mundo árabe teniendo una edad competitiva. Obviamente, la Premier League significa una exigencia superior que es necesario soportar si se quiere tener un nombre en serio. En suma, Carrillo no quiso la ruta de excelencia que supieron elegir Claudio Pizarro y Nolberto Solano.

El futbolista peruano que logra cierto éxito, seguramente miraría con sorna al gran técnico español Luis Aragonés al escucharlo decir que para jugar a alto nivel se necesita, además del entrenamiento diario, “el entrenamiento invisible” que consiste en cuidar, todos los días, la alimentación, el sueño y el descanso. Y, por supuesto, seguir aprendiendo. Los seleccionados peruanos en sus horas libres no miran partidos de fútbol para mejorar sus aptitudes. Un buen médico o un buen abogado revisan los libros que se van publicando o asisten a seminarios y conferencias para seguir aprendiendo. Igual exigencia debería tener un futbolista y mirar a los grandes jugadores para aprender y, sobre todo, para corregir los errores frecuentes. No existe ese afán. Y eso explica, en buena parte, que los errores se cometen una y otra vez porque no les interesa aprender. El que destina varias horas a revisar las lecciones sobre su profesión, avanza. La regla es sencilla pero exige sacrificio.

Jugadores que han olvidado la gran lección de jugar en equipo.

En el Perú no sabes gestionar el éxito, es decir, mantenerlo a punta de esfuerzo. Lo que sí conoce bien es la gestión de crisis. Solo cuando tenemos el agua al cuello estamos dispuestos a nadar. Hace cinco años Tapia, Flores, Cueva, Yotún, Trauco, no estaban en el radar del gran público. Eran discretos jugadores sin fama y sin dinero. Ahora, cinco años después, se sienten estrellas y creen que lo logrado basta. Sienten que ya llegaron a la meta. El mundialista Jorge Valdano ha escrito con acierto que el fútbol es hoy “la mercadotecnia de una industria sin chimeneas. Desde entonces, los jugadores son héroes, las pretemporadas son giras y el fútbol, un gran negocio”. Pero lo que, por ahora, están ignorando los mundialistas peruanos es que esas mismas reglas modernas así como conceden rápidos beneficios también los quitan con prontitud. La muestra más clara es que Perú, el sub-campeón de la Copa América 2019 es hoy el colero de Sudamérica y automáticamente ha descendido en el mercado la cotización de los seleccionados. Con un dato más duro: su cotización en el mercado de los hinchas se está devaluando y puede terminar pasando una alta factura.

Seamos muy concretos. Perú en toda su historia futbolística, solo ha tenido cinco selecciones de gran categoría internacional: 1970, 1978, 1982, 1986 y 1998. A esas selecciones no habrían sido convocados ni de suplentes varios de los que hoy se sienten estrellas. Entonces, deberían entender que su obligación es retornar al trabajo, al respeto, a la concentración y a la búsqueda fervorosa de un objetivo.

Existe una fotografía que es todo un retrato de la actualidad de la selección. Fue tomada en el vestuario de Perú en el Estadio Nacional de Santiago. Lapadula se está cambiando y a su lado está Cueva mirando su celular. Ningún futbolista realmente profesional estaría ocupado en sus mensajes o redes sociales en el camerino de un partido donde se disputa un lugar para asistir al máximo torneo del planeta. Su concentración y su estado de ánimo tendría que ser otro. La del guerrero dispuesto a la feroz batalla.

Un vestuario y dos actitudes. Cueva distraído con el celular, Lapadula en modo fútbol.

Cuatro partidos y un seleccionado sin alma ni juego, absolutamente distinto al que disputó las Eliminatorias Rusia 2018. El problema no está en la cancha. El problema principal está en los jugadores y en cómo se está enfocando el trabajo. Y sobre este último punto del sistema de trabajo, cabe decir que en esta redacción hemos tomado con humor algunos comentarios de sesudos periodistas que criticaron el informe sobre Juan Cominges y su activismo político dentro de la selección peruana. A más de uno le pareció un disparate llamar la atención sobre la intromisión de la política en el trabajo futbolístico. Quiere decir, entonces, que quienes razonan de ese modo están de acuerdo en que en la intimidad de la selección se realice cualquier actividad ajena al fútbol. Olvidan que el fútbol de alta competencia exige un altísimo nivel de concentración. Los sabios del rápido, irreflexivo, emocional twitter harían bien en leer un poquito sobre fútbol. Encontrarían a varios “tontos” explicando la necesidad de tener la cabeza bien enfocada y sin distracciones. Aquí anotamos a tres “bobos”. Johan Cruyff: “Para muchos el fútbol se juega con los pies; para mí, se hace con la cabeza y se usan los pies”. Andrea Pirlo: “El fútbol se juega con la cabeza, los pies son solo tu herramienta”. Luka Modric: “Al fútbol se juega con la cabeza”. (Aclaración para los que tienen severos problemas de comprensión lectora: la cabeza no se usa solamente 90 minutos en la cancha; se usa en toda la semana de trabajo).

El problema de la selección peruana no está en la cancha, está en la actitud de los jugadores que han perdido el rigor y la capacidad de sacrificio y el objetivo único que consistía en ganar o perder luchando. En el fútbol ganan los que piensan en fútbol las 24 horas del día. No hay secretos. Por eso el humilde seleccionado de Gareca llegó a un Mundial. Ahora se están traicionando esos valores. Eso explica la escena en el partido contra Argentina cuando el técnico Ricardo Gareca, se sentó en el banco, cargado de rabia e impotencia y dio la mejor definición del Perú actual: “Están jugando a cualquier boludes”.

Y una regla vieja e invariable señala que el técnico enseña y planifica pero en la cancha ejecutan los jugadores. Entonces, les toca asumir su responsabilidad.

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