El fútbol es una ficción en constante búsqueda de idolatrías. Sin idolatrías no se venderían tantas camisetas, ni videojuegos, ni álbumes, ni tazas, ni bufandas, ni mascarillas. No existirían tantos diarios deportivos. Y seguramente, los empresarios se dedicarían a otra cosa. El fútbol necesita carne fresca cada cierto tiempo para reescribirse y mantenernos cautivos. Atados. Ilusionados. Acaso un poco enfermos. Acaso menos infelices.
Anssumane Fati Vieira es el deslumbramiento más reciente. Su nombre ya resonaba en La Masía, la fábrica de jugadores de Cataluña, pero su aparición, con gol y récord, en los amistosos contra Alemania y Ucrania han hecho que este africano nacionalizado español esté en boca del mundo. ‘Un coleccionista de récords’, lo bautizó el diario Marca. ‘El alumno más aventajado del maestro Messi’, tituló el diario Sport hace unos días.
Un nuevo rostro suele enceguecernos. Pero en el caso de Ansu Fati —así lo conocen desde La Masía— el recuento de sus números hace consistentes cada uno de los elogios que recibe, como si cada récord batido fuera una pisada para remarcarnos que ha llegado para quedarse.

Digamos unos cuantos para no abrumarnos. Ansu Fati, nacido en Guinea-Bisáu, un país rural cuyo salario mínimo son 21 dólares, es el jugador más joven en anotar un gol para España, con 17 años y 311 días, quebrando un récord de 95 años (lo ostentaba Juan Errazquin desde 1925 con 18 años 344 días); el más joven en anotar un gol para el Barcelona en la Liga, con 16 años y 304 días (ante Osasuna en agosto de 2019); el más joven de la historia ‘culé’ en debutar en una Champions League, con 17 años y 40 días (ante el Borussia Dortmund en septiembre de 2019); y, por si fuera poco, el más joven de la historia de la Champions League en marcar un gol, con 17 años y 40 días (le marcó al Inter de Milan en diciembre de 2019).
Es encarador, veloz, potente, pero sobre todo atrevido. Ese descaro tan escaso en un fútbol moderno que cree medirlo todo con el GPS. Ese descaro que levantaría a las graderías y que por ahora es capaz de levantarnos de nuestras camas. Una inyección de frescura para reafirmar que a este deporte todavía le recorre sangre.

Llegó a España con apenas seis años. Ansu prácticamente no conocía a su padre, Bori Fati, un jugador amateur que se separó de su familia para rebuscárselas. En Marinaleda, un pueblo en la sierra sur de Sevilla, Bori Fati halló la estabilidad. Primero como obrero de construcción, y luego como chofer del camión de la basura. Oficios mal pagados en cualquier parte del mundo, excepto en Marinaleda, un municipio sin policías ni desempleados al que le llaman el ‘oasis del comunismo’. Su alcalde desde 1979, Juan Manuel Sánchez Gordillo, hizo tan buenas migas con Bori Fati que fue quien costeó el viaje de toda su familia para que se reencontraran en España.
En estos días, no han faltado los tuits al respecto. “El colmo de un ‘facha’ futbolero de Vox: que un inmigrante negro, acogido por un comunista, marque un golazo con la camiseta de España, y se tengan que tragar sapos y culebras con su odio incluido”. Vox, para más señas, es un partido político español de extrema derecha sindicado como racista.
De Marinaleda, donde exhibió sus aptitudes en la Escuela Peloteros de Herrera, Ansu Fati se incorporó al Sevilla F.C. en el 2010. Allí permaneció durante un año en el que fue tentado por el Real Madrid. Un acercamiento del que queda una foto de Ansu con una camiseta con el escudo ‘merengue’. Las condiciones eran atractivas, pero el padre se inclinó por el Barcelona porque sí le ofrecía residencia. Un hecho que hasta ahora debe pesarles en Valdebebas, la sede del Madrid.

En Barcelona no todo fue maravilloso. En diciembre de 2015, con trece años cumplidos, Ansu Fati se rompió la tibia y el peroné de la pierna derecha a causa de una dura entrada, en un derby de las categorías menores ante el Espanyol. Una lesión que lo apartó durante diez meses de las canchas. A esa edad, diez meses es un siglo.
Le costó reengancharse. Tanto es así que la directiva catalana estuvo a punto de liquidarlo. Sin embargo, entró a tallar su entrenador, José Mari Bakero, un reconocido volante de los años noventa —tristemente célebre en el Perú por su paso gris, en el 2013, como entrenador del Juan Aurich—, quien intercedió para que se quedara. Fue Bakero quien lo ubicó como extremo por izquierda, la posición del campo donde Ansu Fati es más peligroso, aunque también le sobren condiciones para moverse como punta.
“No he visto nada igual”, ha dicho sobre él Luis Enrique, el seleccionador de España. Aunque algunos medios de comunicación han comparado a Ansu Fati con Messi, la mayoría le ha hecho caso: estamos ante un nuevo prodigio. No una imitación, sino más bien un sucesor. Un nuevo candidato para hacerse con el trono del fútbol. Mbappé demostró en la final de la Champions League que el Mbappé de Rusia 2018 fue un destello; Neymar, más cerca de los treinta que de los veinte, que su fantasía es terrenal. El próximo mes Ansu Fati cumplirá la mayoría de edad. Si marcha electrizante como hasta ahora, cuando alcance los veinte tendría que ponerle punto final a la discusión Cristiano Ronaldo-Messi. Porque sí, alguien tiene que hacerlo. Así es esta ficción.