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Qué lindo es ser campeón

1998. El Campeonato Nacional de Universitario.

Nelson Alvarado
Lima. - 11 octubre 2020

¡Y ya lo veee… Y ya lo veee…! ¡Somos campeones otra vez! Canten campeones… Canten porque lo merecen. Canten campeones porque los grandes equipos escriben las grandes historias. Canten por el ejemplo que dieron sobre la cancha, labrando una victoria dramática sobre los cimientos de lo que ha sido siempre una etiqueta histórica de la «U»: esa garra conmovedora que no conoce obstáculos, esa garra que se lleva en la piel como una marca sagrada.

Tapa de revista impresa ONCE del 24 de diciembre de 1998.

Porque fue la garra de Roberto Farfán la que le permitió recuperarse anímicamente después de ese gol errado cuando el marcador estaba 0-0. Porque fue la garra de Roberto Farfán la que le permitió ponerse una congeladora en la cabeza y marcar el primer gol después del error del portero Oscar Ferro.

Porque la misma garra la tuvo Gustavo Grondona, inventando jugadas de fantasía y corriendo como nunca. Y fue la garra –y el corazón– de Marko Ciurlizza el más claro ejemplo de lo que es Universitario de Deportes. Porque Ciurlizza -¡que pedazo de jugador!- hizo todo perfecto, como impulsado por ese motorcito mágico que lleva adentro y que lo hace inalcanzable dentro de un campo de fútbol.

Y, por si fuera poco, para coronar una noche estupenda, tuvo tiempo de «fabricar» el clima ideal para la expulsión del brasileño Nilson Esidio, quien, fuera de sus casillas por la forma cómo el volante le escondió la pelota, lo pateó irresponsablemente –abajo, en el pie de apoyo–.

Y es la garra lo que distinguió a Oscar Ibáñez en el penal atajado con el pie derecho a Germán Carty, y es la garra la que tuvo Falaschi para ser la pieza inamovible de la defensa crema, y es la garra lo que hace que Luis Guadalupe tenga siempre una fuerza descomunal en los partidos que definen campeonatos. Y es la garra también la que produce esas lágrimas de hombre de bien del inexperto César Casas, que se quería morir cuando el uruguayo Ferro le atajó el penal en la ruleta de los doce pasos. Y ni qué decir de Eduardo Esidio, el delantero brasileño que la dirigencia no quería, y que con sus goles en el Torneo Apertura y con su gol en el último penal de la serie final, se convirtió en el héroe (justicia poética, le dicen) de una noche inolvidable.

Y tampoco se puede obviar a Luis Cordero (si alguien ve a Martín Vásquez regálenle una foto de Corderito para que lo conozca), Anthony Matellini, Giuliano Portilla y Jorge Araujo. Cada uno en lo suyo, mordiendo y jugando hasta donde las piernas y el físico lo permitían.

Archivo revista ONCE, edición del 24 de diciembre de 1998.

Primer acto

A la hora de analizar el partido hay que dividirlo en dos actos: en el primer tiempo Universitario jugó como hace tiempo no jugaba y muy rápido demostró que era perfectamente capaz de remontar la ventaja obtenida por Cristal en el primer partido final. La tarea parecía menos complicada de lo que anunciaban los cálculos preliminares. Universitario aprovechó un esquema extremadamente cauteloso de Sporting Cristal y no lo dejo respirar.

Cordero, Grondona y todo el que se atrevía a incursionar por el sector izquierdo de la defensa celeste tenía vía libre. Ciurlizza manejaba el mediocampo y Portilla trabajaba por el otro lateral, subiendo para controlar las posibles subidas de Jorge Soto. Los tiros de esquina sobre el arco de Ferro se sucedían uno sobre otro. Y lo mejor llegó cuando Grondona inventó una jugada que rompió las reglas de la física: pasó entre cuatro defensores de Cristal y dio un pase justo y medido para Farfán, que, con todo el arco a su disposición y con Ferro jugado a su izquierda, remató desviado.

La «U» podía darle vuelta al resultado del domingo pasado. No quedaban dudas. Era más que Cristal, estaba más cerca por temperamento y fútbol, pero se consumieron los primeros 25 minutos de juego y la superioridad crema no se reflejaba en el marcador. Sporting Cristal empezó a salir del fondo y se acercó por primera vez al arco de Ibáñez con un remate desviado de Jorge Soto. Pero cuando el equipo de Franco Navarro parecía reaccionar, Nilson perdió los papeles y pateó a Ciurlizza. El juez de línea de oriente llamó al juez José Luis Da Rosa y le reportó la falta. Da Rosa no dudó y le mostró la tarjeta roja al brasileño. Otra vez Cristal se vio obligado a replegarse para tratar de detener el vendaval crema. Y cuando en apariencia le había cerrado todos los accesos al gol a Universitario, llegó un centro de Giuliano Portilla que se le escurrió de las manos al portero Oscar Ferro (recamó una falta de Esidio que no existió) y que llegó hasta la posición de Farfán, quien colocó la pelota a un costado del defensor Ismael Alvarado, que en medida de urgencia se paró sobre la línea del arco intentando hacer las veces de arquero para salvar a su equipo. El primer acto dejó la imagen de un Universitario inmensamente superior.

Segundo acto

Los ingresos de Carlos y Pablo Zegarra por Vásquez y Arnao, respectivamente, le cambiaron la cara a Sporting Cristal y el segundo tiempo no se pareció en nada al primero. El equipo rímense se olvidó de su actitud exageradamente defensiva del comienzo y salió a buscar el partido, pero cuando mejor jugaba, la fortuna le dio la espalda y le sonrió a Universitario. Esidio se desprendió de la marca de Alvarado y saco un disparo cruzado que se estrelló en el poste derecho del arco de Ferro. El rebote quedó corto y Farfán apareció como un fantasma para anotar el segundo gol crema. A estas alturas el estadio era una locura, una fiesta merengue por los cuatro costados. Más tarde llegó el drama para la «U». Los cambios apresurados para cuidar el resultado, el gol de cabeza de Andrés Mendoza que forzó la definición por penales y el gol que se «comió» Gustavo Grondona con todo el arco a su disposición («Si no ganábamos en los penales, me iba a morir, porque ese gol no lo debí fallar»)… Pero la garra, la bendita garra no es un invento, sino una realidad. «¡Y ya lo veee… Y ya lo veee… Somos campeones otra vez»… Los jugadores se abrazaron para cantar en el vestuario y revolotearon las camisetas; eufóricos, afónicos, empapados por las lágrimas y el sudor, dando rienda suelta a tanta alegría… Y recordando que la «U», al final, fue el mejor.

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