El 12 de octubre de 1997, en una noche violenta y llena de agresiones, Chile nos dejó fuera del Mundial Francia ’98 por diferencia de goles. Tras aquel resultado (4-0) la violencia se trasladó al Perú y cierta prensa desató una campaña de insultos contra los seleccionados peruanos. Fue una campaña salvaje que terminó influyendo en un buen sector de aficionados. Esta vez todos deseamos que los resultados nos acompañen en esta segunda fecha de Eliminatorias Qatar 2022. Existe el riesgo de que no logremos sumar lo esperado y que el arranque mundialista tenga un inicio pobre en puntos. Por si ello ocurriese, es bueno volver a tener la sensata reflexión que aquel año 1997 entregó el gran poeta peruano Antonio Cisneros.
Antonio Cisneros
¿Qué me deja el partido con Chile? La tristeza del hincha y alguna observación que tal vez podamos compartir. Ya que hubo no goles, al menos una brevísima charla.
El partido con Chile fue un encuentro extraordinario, en el sentido más siniestro. Es decir, fuera de lo normal. La imagen que retrata el momento es cuando se cantan los himnos. Esos muchachos, en ese instante, sintieron toda la anormalidad que había existido en los días anteriores: pretender que se juegue en una cancha de fútbol mucho más que fútbol. El honor, las ilusiones, la bandera, casi, se diría, el país. Demasiado. Y ante la silbatina inmensa, enfrentados al simbolismo (tonto, dicho sea de paso) de un himno, se pusieron al borde de un ataque de pánico, de angustia. No era miedo, era terror. Y perdieron antes de que el terrible juez pitase el inicio de la tortura.
Claro, se han dicho, se han escuchado valentonas frases de mesa llena de chelas: «Cómo se van a chupar si para eso se les paga»; o las comparaciones odiosas: «Y cómo los argentinos no se chupan».
Los filósofos criollos suelen decir que es muy fácil hablar y es cierto. Esas son frases racionales y no sirven para explicar algo irracional. Con juicios o acusaciones no se puede quitar la dimensión trágica, enfermiza que tuvo ese partido.
Algo más. Las reacciones posteriores vociferantes, reclamonas tienen otra explicación. No sólo se perdió ese partido, se perdió mucho más. Si se observa serenamente, lo mismo daba perder uno a cero o cuatro a cero. Lo mismo era perder uno a cero luchando como leones que salir goleados, porque en cualquier caso no se lograba el objetivo: clasificar al Mundial.
Entonces, ¿por qué tanto griterío? Porque ahí está el pánico de los que están fuera de la cancha, de los que tienen su lugar en la tribuna o en los escritorios. Y ese pánico consiste en volver a la antigua situación, a ese tiempo de crisis en que no ganábamos nada, en que nuestros jugadores no salían al exterior, en que el fútbol peruano no valía (casi) nada. Se grita porque se tiene miedo de volver al Perú triste, ése que no tenía ni siquiera el golcito del ‘Chorri’, que viene de cuando en cuando.
Dicen que los seleccionados jugaron sin huevos. Pero ésa es también una manera de decir que los millones de peruanos nos quedamos sin huevos porque tenemos miedo de volver a la mala racha. Y supongo que también miedo a tener que volver a chambear, a reiniciar el camino. Y eso cuesta. ¿O no?